La trampa de la superioridad moral

Mi hija menor es muy tolerante a las tonterías de su padre. Por eso no opuso resistencia cuando con once años le hice memorizar el Dictum de Acton. Lo hice con la intención de dotarla de una pequeña arma con la que defenderse del fanatismo político y, en esencia, para enseñarle a desconfiar de quien enarbole la bandera de la superioridad moral.

Hubiese optado por la que me enseñó mi madre, «dime de qué presumes y te diré de qué careces», pero no sé por qué, me pareció que requería un nivel de abstracción superior al Dictum de Acton.

Así las cosas, mi recomendación para las futuras generaciones es que busquen la forma de limitar el poder de aquellos a los que otorgamos labores de gobierno. Y la mejor manera (barrunto) es encareciendo el coste de ejercerlo, y en especial, el coste de ejercerlo de mala manera.

Si en misión especial viajase hacia atrás en el tiempo y tuviese que refundar el estado moderno, ya no sólo separaría los poderes, sino que además separaría la definición de la agenda política de la ejecución de la misma.

Con un ejemplo, para que se me entienda. Partiría del principio del control de seguridad de los aeropuertos, donde todos somos mala gente hasta que se demuestre lo contrario. Más claro: quien ejerce gobierno debe descalzarse, poner su intimidad en una bandeja,  pasar por el detector de metales y dejarse frotar la bandita antidrogas cada vez que quiera gastar el dinero de todos.

¡Uy que dices! eso haría que la administración fuera más lenta… pues estate en el aeropuerto más temprano.

Mientras más rápido se asuma, mejor.

Aquello no podía ser bueno

A mucha gente le gusta que le den la razón. A mi no. Parece, ademas, que dicho gusto por que te den la razón es independiente de que estés convencido o no de que la tengas.

Por alguna malformación congénita, la dopamina no fluye por mi cerebro cuando estoy convencido de tener razón. Me gusta más dudar. Eso no quiere decir que no intente argumentar y defender mis posiciones, pero no por placer, como lo hacen muchas personas (según me cuentan, insisto).

Precisamente por eso, puedo esperar años para que mis hipótesis o puntos de vista se confirmen (incluso cuando el daño ya está hecho) y decirme a mi mismo, tenías razón, aunque no sirva para nada. Sí, a veces da impotencia ver cómo nadie ve lo que tu ves.

Así las cosas, años después podemos concluir que:

Los móviles y las redes sociales hacen daño a los cerebros de bebés, niños y adolescentes.

Según se indica en algunos medios, hay gobiernos tomando acciones para prohibir su uso a menores de edad, equiparando en su razonamiento lo mismo que ya se hace para drogas, bebidas alcohólicas o autorizaciones para conducir.

Dícholo he.

 

Mi bisnieto ha venido a visitarme

Mi bisnieto ha venido a visitarme y me ha contado una cosa que le preocupaba:

—Abu, ¡uno de los hombres más ricos del mundo está simpatizando con el fascismo!

Pobrecito mío. Que poco informada está la juventud… y con todos los recursos que tienen  hoy en día.

Le tranquilice, que para eso estamos los abuelos…

—No te preocupes mi chico… me acuerdo perfectamente. Ese fue Henry Ford, el de los coches… pero se murió hace mucho tiempo. Así que tranquilo que no volverá a pasar. La gente no es tonta.