La guerra preventiva se ha puesto de moda. Lamentablemente, se iniciarán conflictos bajo esta concepción aquí y allá y me cuesta asumir esta realidad, sobre todo por ser poco proclive a la violencia, dada mi naturaleza ilusa. Y no lo digo porque ser pacifista se haya puesto también de moda, sino porque es la verdad.
A estas «campañas preventivas» son enviadas personas con obvia formación militar, vestidos de altísima tecnología y con una capacidad de seguir instrucciones casi sin cuestionar, cosa primordial en la vida militar. En las guerras hay muertos, heridos, refugiados, familias destrozadas, y gente que se vuelve loca, pero no hablaré de esta la principal consecuencia, sino de una colateral: La pérdida del patrimonio cultural ante la mirada indiferente de un soldado anónimo.
Los soldados son entrenados para destrozar, entre muchas otras cosas, pero no para discernir sobre lo que están destrozando. Así que, si por ejemplo necesita hacerse con un edificio para hacer fuerte, realmente poco le importará si está repleto de obras de arte e historia humana de incalculable valor, probablemente no podrá interpretar lo que ello representa y facilite, e incluso promueva, su destrucción por estar eventualmente asociada a su enemigo. Es lógico, se juega la vida.
Como parte de la estrategia de guerra, los soldados deberían ser instruidos para saber observar, para entender lo que tienen al frente, en el contexto de las distintas culturas a donde van a “prevenir”, o a “conflictear” (que ahora no se llama guerrear), e incluso ser capaces de proteger los bienes culturales ante los saqueos de los mismo habitantes.
Las obras de arte y los monumentos históricos, forman parte de la identidad de un país, son esos símbolos necesarios para recuperar la moral, la vida normal, la esperanza después del destrozo. Y además son patrimonio de la raza humana, aunque esto últimamente no es un buen argumento.
Antes, el patrimonio artístico era botín de guerra. Los tiranos de antaño tenían una formación cultural que, aunque a veces anodina, permitía preservar intactas las obras de arte, que eventualmente se convertían en inspiración para los pueblos que luego emprendían otra guerra con el fin de recuperarlas.
Después de la segunda guerra mundial, se firmó un convenio en la Haya para la protección, en tiempos de guerra, de estos bienes culturales universales, pero hoy en día vale de poco, porque quienes lideran las campañas de prevención no lo han firmado.
Lo triste del asunto es que todo se resume en el rotundo fracaso de los sistemas educativos de occidente, porque siguen poniendo el desganado énfasis en que la gente aprenda las características artísticas de un cuadro o edificio, en lugar de ayudarle a formarse una idea interna de su significado.
Este es un autocomentario para aclarar que esta es una reflexión del tipo «que pasaría si» que entiendo que va a despertar sonirsas de incredulidad.
Por otro lado, el término soldado, se refiere al «hombre de armas» en general y no específicamente al pobre chico de mirada nerviosa que no entiende muy bien porqué está donde está.
Gracias.
yo creo que es simple, los buenos soldados… por lo general hacen algo que provoque su descalificación o retiro del ejército porque no desean formar parte de ello… al menos así ocurre con la mayoría de los que conozco…