La tozudez de la dilación.

Algunas lunas atrás, mi buen amigo cyberf, publicaba en su blog una nota titulada Que no quiero dormir, donde argumentaba sobre las bondades que aportaría el no necesitar del sueño. Es una excelente nota del tipo “que pasaría si”.

Inicialmente le rebatí indignado, sin una especialmente elegante argumentación, el que intentara asomar beneficios en la supresión del último bastión – después del sexo – de las conquistas de la naturaleza: El sueño. Pero sus repercusiones sociales eran las que más me llamaron la atención.

Su aproximación era esencialmente física, una pastilla que haga que no necesitemos dormir y que eso no afecte nuestras capacidades mentales. Con los días seguí reflexionando sobre el tema – quesque soy muy lento – e intuía que el gran pero, estaría en factores que no tenían que ver con la parte física. La mayoría de la gente que comentaba la nota asumía una, tan simpática como utópica, voluntad de hierro para aprovechar mejor cualquier tiempo extra disponible: sacar dos carreras, pluriempleo, entre otros, pero aún así no me cuadraba. La conclusión a la que he llegado es que el “pero” es psicológico: La tozudez de la dilación humana.

Los seres humanos postergamos la acción hasta que se cumplan ciertas condiciones, que usualmente están relacionadas con la inminencia del cierre de su ventana de realización. Vamos, sino el adagio no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy hubiese pasado de moda. Postergamos casi todo y por eso creo que siempre nos falta tiempo para hacer las cosas. No estimo que se trate de una postergación intencionada, sino – a especular se ha dicho – algún mecanismo de la evolución humana, para garantizar el que sólo empleásemos energía en aquellas acciones que, priorizadas en último momento, fuesen esenciales para la supervivencia. |-|

Mi conclusión es que no sabríamos que hacer con tanto tiempo disponible, porque todas las cosas que podríamos hacer las postergaríamos de forma natural. De hecho, de forma libre sólo hacemos inmediatamente aquéllas que nos ponen bien cerca del placer o bien lejos del dolor… … … y dormir es un placer, por lo tanto impostergable.

Software malo. (I)

Érase una vez un reino encantado, donde existían unas pequeñas máquinas inanimadas y unos alquimistas que, ataviados con batas blancas y recurriendo a rituales secretos, las dotaban de vida. Los alquimistas eran amos, con egos enormes, perseverancia de jubilado enamorado y una autoestima eclipsante. También eran buenos en eso de dotar de vida y apostaban su prestigio en cada ritual.

Con el tiempo, surgieron muchos alquimistas, casi todos carentes de sentimientos gremiales, e inevitablemente los secretos comenzaron a ser revelados. Gentes de todos los clanes del reino fueron también capaces de dar vida a las máquinas, vidas cargadas de taras, pero suficientes para ser aceptadas por los humanos. Incluso los verdaderos alquimistas, en su desesperación, cedieron ante la carrera por hacer más atractivas a las máquinas y comenzaron a vestirlas de gala, aclararle los ojos y refinarles los modos…además de sumarle taras en el proceso. Las funciones vitales de la vida fueron descuidadas.

Los humanos (débiles ellos) obviaron completamente estas taras y aprendieron a vivir con ellas, dado que las pequeñas máquinas eran atractivas. Esta tolerancia era exclusiva para con ellas, pero inaceptable a otro tipo de ingenios. continuará…

Tengo un propósito pertinaz, y es intentar explicar las múltiples razones por las cuales el software, con perdón, es una mierda. Por qué pierdes documentos, se cuelgan las máquinas, te atacan los virus… así que les iré escribiendo poco a poco algunas reflexiones que he hecho sobre tema.

Por su edad, el desarrollo de software debería estar maduro y ofrecer estándares de calidad, como ha pasado con otras industrias, como la del automóvil y los electrodomésticos. Por el contrario, cada día va a peor y la creatividad necesaria para mejorarlo surge en el campo rebelde, el que hace estragos. Primera reflexión: Los usuarios y los legisladores han sido muy permisivos con la mala calidad del software. Si alguien compra una lavadora, ésta está cubierta por una garantía mínima fijada por la ley, en algunos países como España es de 2 años. Si no hace lo que debería hacer, reclamas, te la reparan, cambian o devuelven el dinero. Esto con el software no sucede y la gente lo tolera, es como si los fallos formaran parte del producto.

Por ejemplo, el sistema operativo que usa el 90% de los PCs del mundo, tiene una garantía por sólo los primeros 90 días luego de la instalación y los subsiguientes parches de actualización no llevan garantía alguna, de más está decir que probar los fallos es virtualmente imposible. Esto es sólo un ejemplo, se puede encontrar en casi todo el software comercial.

Las peores implicaciones de calidad están hoy relacionadas con la seguridad, creo que es tiempo que la industria del software pase por el mismo proceso de control de garantía y seguridad por el que pasó la industria del automóvil en los años 70. Todos los fabricantes se rebelaron en aquella ocasión, incluso decían que incorporar el cinturón de seguridad encarecería demasiado los automóviles. Hoy en día la seguridad de los coches es un argumento de venta.

No es un llamado a la intromisión del estado, sino a la defensa de los derechos de los consumidores, que además de tener poco de donde elegir son víctimas de un software malo.

¡Que voz tan fea!

Huyo del peligro de escuchar la voz de un escritor. Lo digo en sentido literal: la voz con la que habla. Ésta suele ser muy fea, y me parece que mientras más me gusta como escribe, más fea es su voz. Eso también es aplicable a su forma de leer, sobre todo cuando leen su propia obra. Desde mi punto de vista es una escena desafortunada, a la que se ven sobre todo expuestos los poetas. Es que parecen que leen como si fuera el Salmo Responsorial.

En momentos de debilidad he escuchado la voz de Pablo Neruda leyendo sus poemas y de verdad que no era la voz que mi mente le había adjudicado a su sensibilidad. Doy gracias a la providencia además, por haber escuchado al Gabo cuando la voz, entonación y forma de leer que me había inventado para él se había esculpido en mi cerebro. El amor en los tiempos del cólera sería para mi cualquier cosa menos su mejor novela, si le hubiese escuchado antes.

Y es que la gran ventaja que tiene el leer, es que las obras están inmunizadas contra la especificidad imaginativa del autor. Él podrá describir con pelos y señales un personaje, pero es el lector el que pone imagen y voz y eso es magia. Podrá tener una prosa provocativa, pero es el lector el que pare los sonidos y dramatiza las oraciones. En mi opinión, radica allí la esencia del disfrutar de la lectura, hay que ser medio actor para interpretar los guiones de las novelas y las sensaciones de los poemas y eso no pasa con casi ninguna otra forma de expresión.

Con esto de la imaginación me he llevado sorpresas, sobre todo cuando se lleva al cine una novela. Por ejemplo: Conocí a Gollum cuando leí El Hobbit de Tolkien, y aunque el personaje está muy bien logrado técnicamente, no se parece en nada a mi personaje a medida.

Obviamente, nuestra voz tampoco es que sea una maravilla y casi siempre la negamos tres veces cuando la escuchamos grabada, pero tampoco es esa la voz interior con que leemos, es otra, una invención de la mente humana, o al menos es eso lo que me pasa a mi y de repente estoy aquí como un necio alardeando de fabricador de voces.