El iba en el asiento contrario, dos puestos más adelante.Había subido en la estación anterior. Llevaba un libro anclado al pecho, sujeto con una sola mano, a la manera de un garfio. Con la otra escarbaba con desinterés los pequeños cabellos de su ceja derecha, como quien se toca una oreja. Leía absorto. Sin nervios.
Para mi hubiese sido un viajero más, de esos compañeros anónimos de todos los días, de no haber sido porque, en una pasada de vista, como cuando te asomas para ver la entrada en la próxima estación, noté como, con una habilidad quirúrgica, seleccionó un pelo de su ceja, se lo arrancó de raíz y se lo llevó a la boca. Sin inmutarse, sin aparentemente peder el hilo de la lectura. Hizo lo mismo una segunda vez antes de llegar a su destino.
Traté de fijarme en el autor del libro. En previsión de algún efecto colateral producto de una mala lectura. Los escritores son como los medicamentos, algunas veces hay que suspender su uso si se observan reacciones desfavorables.
Todos tenemos, más o menos, costumbres de auto agresión. Unas físicas y otra psíquicas. Una de las más populares – y anti estética – es la onicofagia, la costumbre de comerse las uñas. Generalmente, es una reacción ante situaciones de estrés continuado y nerviosismo. Es muy difícil luchar contra ella, me consta, y como la mayoría de las manías suele ser un acto inconsciente.
La de nuestro anónimo viajero, es menos común, al punto de que por probabilidades, era imposible que me topara con una persona que la padeciera. Me costó un poco encontrarla, pero en Internet nada se resiste, y sin querer ser un experto en diagnóstico, pude encontrar dos patologías: La primera, es decir, el hecho de arrancarse los pelos de las cejas, es una forma de tricotilomanía, el acto retorcer y arrancarse el pelo en forma compulsiva. La segunda, es la tricofagia, una complicación de la primera, en la cual el cabello una vez arrancado es ingerido. Hace unos días, también pude ver un documental sobre fobias y manías, que trataba ésta y otras patologías de lo más particulares, por decir menos, aunque no llegaron a las cejas. La conclusión es que la gente que la padece sufre, y mucho.
Creo que cuando la ciencia haya descubierto todo sobre nosotros, aún nos quedará el cerebro, resistiéndose, como para consolar a los románticos, recordándonos que por más que lo neguemos, somos un misterio.