Antes de 1840, todas las cartas eran con cobro a destino. El cartero llegaba con el sobre, tu lo veías y decidías si lo aceptabas, en cuyo caso pagabas el importe del envío. El sistema de correos no estaba muy generalizado, porque era además caro y lento.
Pero la comunicación está por encima de todo, y la gente se las ingeniaba para usar el sistema, sin pagar nada. La siguiente es una anécdota muy recurrida en las introducciones a la filatelia.
Estando Rowland Hill en la cafetería de una posada donde estaba hospedado, llegó un cartero con una carta para una joven empleada. Ésta, tras echarle un ojo al sobre, la rehusó alegando que no tenía dinero para pagar el envío. Rowland conmovido pagó los 2 chelines y entregó la carta a la joven, quien le comunicó impresionada que no sabía leer y que además la carta estaba vacía, lo importante era el sobre, que contenía el mensaje cifrado que le enviaba su novio.
Imagino que para cifrar el mensaje se colocarían pequeñas marcas, se adornaría la caligrafía, se remarcarían las letras o cosas así. Imagino digo, porque no encuentro documentación que explique cómo hacían para no despertar sospechas, lo que sí es cierto es que no eran cartas jeroglíficas, como las que inspiran este blog.
La joven empleada le contó el secreto al hombre equivocado, porque al mentado Hill se le ocurrió una idea rompedora, innovadora, revolucionaria, muy controvertida y que tuvo que superar una dura carrera burocrática: Que el costo del envío lo pagara, por adelantado, el que enviaba la carta. No sé a ustedes, pero a mí me resulta, retrospectivamente, una solución de una elegancia transgresora.
Así surgió el primer sello postal, el Penny Black y la forma de hacer los envíos tal y como los conocemos hoy.
Ahora, que tal si la solución al spam pasara por una vuelta a los orígenes. ¿Qué pasaría si tuviésemos que pagar para recibir o leer un email?