Los barrenderos de Madrid están cambiando de color

Los barrenderos de Madrid están cambiando de color. A pesar de haber oído mucho aquello de que los inmigrantes vienen a realizar trabajos que los nacionales no quieren asumir, notaba con curiosidad como el oficio de barrendero seguían siendo ejercido por nacionales. Yo respeto mucho a los barrenderos, porque es un oficio duro, como todos los que se realizan a pié y a la intemperie.

Pero hace unos días, mientras caminaba por la Gran Vía, me topé con un barrendero africano. El carrito de la basura iba guiado, a medias, entre el barrendero y un niño exultante de unos ocho años. Como una versión pedestre de aquella imagen infantil en la cual conducimos el carro de papá, sentados en sus piernas. Al otro lado estaba la madre del niño, de la mano (más bien del dedo) de su barrendero e intercambiando las miradas cómplices del amor. Arriesgando su puesto claro está, porque eso de llevar el amor al trabajo puede ocasionar una sanción disciplinaria. En fin, déjenme especular sobre las probabilidades de que fuese una familia. La familia en cuestión era mixta, además el niño no parecía ser hijo biológico del barrendero, dada su aparente juventud, y además madre e hijo eran blancos. Blancos de aquí.

Una escena como esta no me hubiese dado para más, ya que me resultan normales. Pero en ese momento iba leyendo en mi periódico (si, a falta de mover las oreja, puedo leer mientras camino) una noticia sobre las declaraciones de un político muy respetado que, exponiendo sus ideas con libertad -como debe ser- decía que la integración de los inmigrantes estaba muy bien, pero sin necesidad de llegar al mestizaje, pues podría ser el fin de su país.

Me puse a reflexionar sobre cómo el mestizaje puede acabar con un país. Y sólo se me ocurrió un vago argumento: Que la idiosincrasia se modifique drásticamente, a peor. Me quedé allí parado pensando, sin lograr digerirlo muy bien: A ver, las naciones no son estructuras estáticas. Cada generación, basada en los acontecimientos sociales vividos, va modificando la forma de ser del colectivo, pero no por ello perdiendo su identidad. Que por consecuencia también es dinámica. No niego que ciertas experiencias muy traumáticas condicionen a generaciones enteras, pero en esencia ese sentido de pertenencia asociado a tu país, se mantiene. Hay países enteros que se han hecho a base del mestizaje. Concepto que por cierto, no es únicamente racial. Y que en todo caso indica mezcla, no destrucción.

Latinoamérica es un ejemplo de ello, sobre todo las naciones más ricas, que recibieron muchísima inmigración a mediados del siglo pasado. Los italianos, por ejemplo, que hacían su vida en algún país de allí, tenían hijos mestizos. Y curiosamente, la idiosincrasia del país se enriquecía con ellos, no se escoñetaba. (Estoy feliz desde que la RAE aceptó esta palabra, aunque la califique de vulgar.)

De hecho, para mi los europeos en general eran admirables. Capaces de criar hijos biculturales, y transmitirles la cultura, el idioma y los valores de su propio país en armonía con los locales. Y eso en casi todo caso, mejoraba la forma de ser de la nación de acogida.

Pero eso no quiere decir que sus hijos fuesen italianos. Ni siquiera el idioma sería igual, porque ensañarían el anclado en su generación. En pocas palabras, se perdían la evolución de la idiosincrasia de su nación, pero no por ello la esencia.

Cuando ya estaba a punto de hacerme con una idea clara, el niño perdió el control y me dio un toque con el carrito. Menos mal, como me había quedado allí, corría el riesgo de convertirme en una obstrucción reflexiva en la mitad de la acera… así que decidí continuarla con ustedes hoy.

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Disfunción eréctil y Good bye Lenin.

Los emigrantes nos llevamos una foto instantánea del país cuando partimos. Como por instinto. Ésta tiene el doble propósito de servirnos para contrastar las diferencias cuando volvemos de visita, y también como nevera donde conservar adecuadamente un convaleciente arraigo.

Pero a veces pasa el tiempo, y en una de esas vueltas varias veces pospuesta, uno se sorprende al descubrir ciertas singularidades (para hablar en términos cósmicos) que contrastan demasiado con aquella instantánea. Tal vez por eso Alberto, un gallego en cuyo negocio almorcé regularmente cerca de cuatro años, me decía que aunque quisiera, él no podría volver a «España», porque cuando la veía por la televisión, ya no le parecía lo fue. No la reconocía en su foto. Había desaparecido.

No quiero hablar de esas grandes diferencias, no es para tanto, sino de las pequeñas, que curiosamente pueden surgir de un día para otro. De las que se toman nota y ya. La primera es la proliferación, a veces angustiosa, de los anuncios de las farmacéuticas para el tratamiento de la disfunción eréctil. Si estas empresas publicitan sus productos de manera tan omnipresente, es porque hay mercado. Y esta catástrofe masculina, a pesar de la sonrisa del anunciante, tendría que haber alcanzado proporciones endémicas. Yo hasta esperaba los partes de la campaña anti-disfunción por parte del Ministerio de Sanidad. En mi foto, el único que figuraba, era un tímido Pelé, con una sonrisa panorámica, que te aconsejaba consultar con tu médico. Pero vamos, como entre dientes, despreocupadamente. ¡Coño compadre, tranquilo que esa vaina se cura!

También están los anuncios de algo llamado medicina sistémica. Admito que no me quedó muy claro, pero a partir de lo que leí en los potecitos, son como la versión moderna de los antiguos yerbateros. Aparecen testimonios y todo, como en los anuncios de los adelgazantes. Con gráficas y eso. Una vez más, lo más parecido a curas milagrosas que llevaba en mi foto, eran unos señores del Brasil, que a grito limpio le ordenaban a la gente: ¡pare de sufrir!

Tanta cosa y mira que las paperas se siguen curando con un collar de limones verdes y unas hojas de mango impregnadas con aceite de oliva y sal. O la lechina, que si no se baña uno con hojas de mata ratón, no se cura. O la culebrilla, que al igual que el mal de ojo, si no se reza, no hay nada que hacer. A ver cuando Bayer saca una pastillita para el mal de ojo y revoluciona la industria. ¿Ah? Cómo es posible que en el tercer mundo tengamos que seguir curando estas enfermendades, con métodos de la colonia.

No digo que estas cosas sean buenas ni malas. Sólo digo que son diferentes. Que no me mojo, porque esta es una dispersa nota de verano. Y ya.

Todo esto me trae a la memoria una película que hacía tiempo quería recomendarles. Aunque no sé si fue exhibida en Venezuela. (o de donde sea el querido lector) Es Good Bye Lenin. En ella estas situaciones alcanzan el paroxismo, y mantienen un constante que pasaría si de lo más entretenido. Es la primera película alemana que he visto y pues, no sabía que los alemanes podían hacer un cine así. Mira de lo que se pierde uno por la «dictadura» de los paradigmas y la «democracia» de hollywood.

Eso.

Si Bolívar hubiese tenido email

La correspondencia es inviolable – artículo sesenta y tres – dijo la maestra. Esto quiere decir que si una carta no está dirigida a ustedes, no deben abrirla y si lo estuviera, no la deben leer. Esa forma de explicar las cosas, equiparaba la Constitución a las normas de urbanidad: como lo de sacarse los mocos en público o hablar con la boca llena.

Mientras terminaban de anotar, la maestra preguntó. ¿Y por qué no se debe leer la correspondencia ajena? Como de costumbre nadie contestó, porque bien era conocido que la ley no se objetaba… entonces explicó. No se debe hacer eso, porque se tiene que respetar la privacidad de las personas. Al ver la cara de nebulosa de la clase agregó: La privacidad son como secretos personales que sólo ustedes deciden a quién contar.

Moravia, la fea de la clase, se quedó pensando, y un rato después, cuando ya se estaba hablando de la asociación con fines lícitos – artículo setenta – levantó la mano e interrumpió: entonces seño, ¡Bolívar no tenía privacidad!

La reflexión de Moravia tenía sentido. Nos machacaban semanalmente con sus pensamientos, decretos, cartas y un sin fin de correspondencia privada, y que se sepa, él no dejó dicho que hacer con ella. Técnicamente se estaba violando su privacidad. Es como si ésta sólo tuviese validez mientras estamos vivos, vamos, que una vez muertos, pueden hacer con nuestra privacidad un sancocho. Algo parecido le ha pasado a Neruda por estos días, ya que ha aparecido una carta, en la cual deja clara la tirria que le tenía a otro poeta de su generación.

Si Bolívar hubiese tenido email y dada la ingente producción epistolar de éste hombre, los herederos de su disco duro la hubiesen tenido muy fácil. Todo estaría clasificado en carpetas, y sólo bastaría con buscar en los emails enviados por educación, economía o sexo, para saber su pensar sobre el asunto.

La privacidad post mortem parece no existir. Y así como en USA hay casas especializadas en deshacerse de los bártulos de los difuntos, subastando hasta cartas de amor, – para lucro de los deudos, claro está – veo venir algo parecido para la correspondencia electrónica en cuentas muertas. (o en efecto de muertos)

Nuestra generación, gracias al email, escribe y recibe muchísima más correspondencia personal, que la de nuestros padres. Y a diferencia de éstos, no la protegemos en una caja de zapatos en el fondo del escaparate, sino con una clave. Mientras no haya legislación al respecto, nos podemos morir haciéndolos sufrir por la curiosidad. (si es que no tenemos un nieto cracker.) Pero en el ámbito de los servicios gratuitos de email, no tardará en surgir la necesidad de legislar sobre el asunto. (incluso a nivel internacional.) ¿Qué pasará con el rastro epistolar de la gente que abandona cuentas o se muere? ¿Qué pasará con la que se intercambia bajo múltiples identidades o en anonimato? ¿Crearán un cementerio digital para cartas o terminarán siendo de dominio público?… ¿eh? (odio las preguntas tan largas, pero bueno.)

De momento, nuestras cajas de zapatos digitales, no dicen nada al respecto. Los acuerdos de privacidad suponen que somos eternos y que lo que escribimos no es trascendental. Así que, la próxima vez que escriba o reciba un email, juzgue el atentado contra su privacidad imaginando que está muerto. O pida que lo cremen con su disco duro y sus sidís, cual guerrero enterrado con sus armas.

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Nota del Cartero:

Ni cuando uno da una orden para proteger su privacidad ésta se respeta después de muerto. No importa importancia del muerto.

En el testamento de Bolívar, el punto nueve dice: Ordeno: que los papeles que se hallan en poder del señor Pavageau, se quemen. Bueno, en las memorias de su médico aparece:

«Entre los papeles que por disposición testamentaria mandó El Libertador a que se quemaran me fue enseñado uno, el único que el señor Pavageau apartó para sí, y era un acta o representación de varios sujetos, cuya firma recuerdo muy bien y tal vez conocida por los contemporáneos de la época si estuvieran vivos, en la cual proponían al Libertador que se coronase. Bolívar rechazó la tal proposición en estos términos: Aceptar una corona, sería manchar mi gloria; más bien prefiero el título de primer ciudadano de Colombia. Estas palabras, afirmo como hombre de honor, haberlas visto estampadas en ese documento, que no se publicó para cumplir con las órdenes del Libertador, [si, claro] y también por no comprometer las firmas de los autores de la proposición».