Mi horóscopo no podía ser más claro: Vuelve un amor del pasado, ponía. Obviamente no le presté mucha atención, no por incrédulo, que va, sino por la incompetencia manifiesta de los astrólogos modernos. Te llevan de decepción en decepción, jugando con tus sentimientos, sin asumir su responsabilidad ante los miedos humanos.
Lo cierto es que ya había olvidado la predicción astral, cuando uno de estos días Santos, mientras vagaba por la tele – que por esta época se apunta a una onda sepia con epicentro en Nazaret -, se iluminó por sorpresa el receptor televisivo con la hipnótica presencia de Samantha Stephens, una antigua novia de pubertad. Que pena. Me cogió desprevenido, en pijama, despeinado y sin afeitar.
Le recuerdo con el mismo suspiro nostálgico con el que evoco el olor a tierra mojada de mi pueblo. Era una mujer excepcional, que me acompañaba en las solitarias y aburridas tardes de agosto. Me enamoró con el sexy movimiento de su nariz, con la prestancia de su sonrisa y la ternura de su cara de travesura. Amor brujo, intenso, platónico. Y ya saben. El amor platónico es más intenso que el correspondido, pero más sufrido que el que no lo es.
Lo nuestro no pudo ser, principalmente, por mis convicciones religiosas. Yo la veía tan felizmente casada con Darrin, que nunca me atreví a ir más allá de un torpe piropo de impúber. Además, con una suegra así… Lo otro, nuestra diferencia de edad, nunca lo vi como un problema, sino al contrario.
Samantha tenía un papel en la vida real que interpretaba bajo el nombre artístico de Elizabeth Montgomery. Allí no tenía poderes mágicos pero no dejaba de hechizar con su belleza. Hacía de hija de actores bien avenidos. Se casó cuatro veces y tuvo tres hijos. Se retiró a los sesenta y dos haciéndonos creer que había muerto, copiando sin pudor una idea ya registrada por la Monroe.
En estos días, cuando el estereotipo de belleza femenina se esculpe en torno a los cincuenta kilos, nunca supera los veinticinco años de edad, y la ternura, la inteligencia y la astucia no son atributos admirados; es de agradecer el poder toparse con una mujer del pasado ante la cual puedes mostrarte vulnerable.