Le habló sin rodeos, como buen Escorpio, aunque haciendo esfuerzos por obviar el calor de agobio de la habitación. Le pidió que relajara la mano, para que ella pudiera guiarla con facilidad, y a pesar de sentirse vulnerable así lo hizo, pues no tenía opción. Primero le tomó el dedo índice, suavemente pero con firmeza, y lo humedeció una levedad a fin de facilitar el rastro. Luego, lo dirigió con pericia adonde hacía falta, ejerciendo una sutil presión durante el tiempo justo, hasta que obtuvo el resultado deseado. Finalmente, haciendo alarde de porrista urbana, barajó el resto de los dedos, uno a uno, hasta completar la mano, dejando escapar junto a un suspiro de calor, una sonrisa mecánica, mientras le acercaba una toallita húmeda para que se limpiara.
Esta escena ramplona – que parece haber sido extraída de una revista porno barata, de esas trajinadas y amarillentas, que yacen en las guanteras de los camioneros – esta escena decía, es tan real como cotidiana: La llevan a cabo mecánicamente, decenas de funcionarias públicas, que laboran tomando las huellas dactilares de los tramitantes de documentos de identidad: Las Catadoras de Dedos.
Personalmente me resulta una labor fastidiosa, equiparable a la que debe sentir un operario de una cadena de montaje. Me gusta pensar que este tipo de empleados, deben de ejercitar mucho su capacidad de fantasear, a fin de combatir el tedio extremo de sus responsabilidades. En el caso de la toma huellas, estoy seguro que alguna funcionaria, de la división de extranjería de Madrid, habrá ya comenzado a escribir un libro, titulado por ejemplo, “Dedos del Mundo”. Y es que en especial por esta área, pasan dedos de casi todas las nacionalidades.
Una catadora de dedos experta, podría identificar la nacionalidad o la raza de una persona con sólo verle las manos: Los chinos por ejemplo, tienen dedos pequeños y puyúos, al igual que cierta raza de negros impuros que poseen dedos de ET. Hay dedos de tubería industrial, como la de hombres y mujeres nórdicos, y dedos de cochinillo, regordetes y breves. Hay dedos perfectos, elegantes y firmes. O cruelmente mutilados por mala suerte o ajuste de cuentas de la mafia. Los hay también con uñas comidas, cuidadas o sucias. Y hasta algunas manos clandestinas, que poseen dedos de terodáctilo.
También podrían aventurarse como esotéricas aficionadas, harto más lucrativo que eso de escribir. Leyendo los dedos, podrían adivinar el pasado tortuoso o feliz del dedohabiente. Si labran la tierra o lavan los platos. Si están expuestas a las calderas de las cocinas o a los improperios de las oficinas. Y no me pueden negar que de entrada eso impresiona.
Carpinteros, albañiles, modelos, usureros, estudiantes, choferes y contables. Todas las profesiones se delatan en la forma, textura, deformaciones y cicatrices de los dedos de la mano. Sólo hay que mirar con detenimiento.