Ante Dios ella tenía coartada, pero no ante el camarero de esta mañana soporosa, que se reveló como un espía celestial y le sirvió el café con un dejo de compasión: Fume tranquila hermana, que no he visto a ninguna de las suyas por aquí. Y es que, como se sabe, hay pocas cosas tan difíciles para una monja, como fumar de incógnito, por más que haya dejado el velo en reposo y opte por una falda.
Las monjas fuman; y mucho. A dosis acorde con su contextura, las gordas fuman más, y en medio de un ahogo de ansiedad, martillan en el cenicero la colilla agonizante del primer cigarro, en lugar de utilizarlo para encender el segundo, sólo por experimentar el placer-ritual de oír el yesquero al parir el fuego. Como todo lo prohibido se hace en exclusiva, sólo les queda el recurso de clavar la vista en los dulces expuestos en el mostrador, para mantener el anonimato de la culpa.
Aunque parezca profano, se me antoja pensar que muchas lo hacen -eso de salir disfrazadas (sin hábito) a la calle- para ver si, como les está ocurriendo últimamente, dejan de ser invisibles. Ellas se han hecho conscientes de que están en medio de una crisis demográfica y que las candidatas modernas a ser llamadas por el Señor, navegan por Internet, envían sms, han visto a un hombre desnudo y llevan pantalón. Con lo cual, reclutar candidatas con el anacrónico hábito monjil, es lo más parecido a perder el tiempo.
La compasión femenina ha dejado de ser el monopolio de las congregaciones religiosas. Así, una división de voluntarias sin velo y sexualmente activas, libra batallas contra el hambre infantil, las enfermedades adultas y la soledad de los ancianos a lo largo y profundo del mundo. Curiosamente movidas, según dicen, por un terremoto espiritual, por un llamado especial, aunque auspiciadas esta vez por un montón de oenegés.
Probablemente, la dupla de motivaciones que quedan en activo para meterse a monja, sobrevive penosamente en los países del cuarto mundo. Donde, o bien lo hacen a lo Herzberg, por motivaciones higiénicas y así huir de la miseria, o por motivaciones espirituales, enfrentándose a ella desde sus entrañas y enseñándole los dientes.
El enfoque de la espiritualidad en este siglo es de lo más ecléctico: Más que un encuentro, se puede comparar con una búsqueda. Una, más dada a la libertad que al encierro. Más proclive a la trasgresión que a la disciplina. Más espontánea e íntima que liturgica. Y más nada, que no soy muy dado a la anáfora.
A mí las monjas me inspiran un profundo y honesto respeto. Imagino que en el primer mundo es muy difícil ser monja, sobre todo si se puede no serlo. Quiero decir, si se puede optar a servir al prójimo, que técnicamente es servir a Dios, y a la vez vestir a la moda, encontrar lo divino en un orgasmo y sobre todo, poder fumar tranquilo un sábado soporoso por la mañana.