A Cayetana le avisaron temprano. Las políticas de la empresa prohíben expresamente que trabajen aquí ambos miembros de un matrimonio. Si usted y Antonio se quieren casar, deben decidir primero quién se queda y quien se va. Para estas cosas los americanos son muy intransigentes, agregó la jefa de personal.
Morena altiva de tetas enormes, orejas prietas y dientes impolutos, Cayetana había ascendido en poco tiempo hasta supervisora de bioanálisis en el laboratorio, había estudiado de noche, trabajado de día y sufrido como cualquier mujer, todos las discriminaciones. Pero ésta no se la esperaba. Se retorció como si un cubito de hielo hubiera estado haciendo surf por su espalda. Hasta pensó que la cosa era inconstitucional y que violaba sus derechos humanos. Pero más tarde su abogado se lo dejó claro: Mire usted, el amor, que yo sepa, no figura en ninguna constitución como derecho, y tampoco en la declaración de los derechos humanos, no hay cómo apelar. Así que decidieron por Antonio que, sólo por ser hombre, ganaba más… y a día de hoy, no hay apósito que valga para cicatrizar en Cayetana, aquella amputación profesional en medio de una brillante carrera.
De qué estará compuesto el Amor, que no se considera a la altura de otros supuestos discriminatorios, como el sexo, la raza o la religión. Cayetana y Antonio estuvieron tentados, sólo por echar lavativa, a invocar la protección de la familia y el matrimonio, a la cual el estado está obligado constitucionalmente. Pero desistieron, al convencerse que ya nadie cree en esas cosas.
El Amor se parece mucho a la libertad, pero salvo en los antiguos ejércitos griegos, queda poco elegante para usarse como ideal en las constituciones. Es que no se presta, vamos. La libertad suena más suprema, tiene esa pinta augusta de derecho imprescindible, aunque hay un montón de gente que ama sin gozar de ésta. Es curioso lo parecido que resultan el Amor y la libertad: Cuando se cree haber alcanzado el amor, por ejemplo, comienzan a molestar hasta los eructos en la mesa y la tapita extraviada del dentífrico. Como pasa con la libertad una vez que se hace habitual, sus imperfecciones comienzan coger tamaño y convergen en su pérdida.
Esta falta de reconocimiento del Amor como derecho, probablemente se escude en la ambigüedad del concepto. En su dificultad para ser constatado, porque los otros derechos son vistos como preceptos, y el Amor es simple y exclusivamente un sentimiento.
Y es allí donde los esfuerzos de especificidad de las Constituciones se quedan cortos. Porque la constatación última de un derecho por parte del individuo, desemboca ni más ni menos que en un sentimiento. No es lo mismo tener libertad, que sentirse libre.
Pues sí, vaya cosa!
El Amor no es un derecho constitucional ni legal, pero el Odio (sentimiento primario) si parece serlo y de hecho, se penalizan los «hate crimes». Luego entonces, porqué no se penalizan igual los «love crimes» que son más perniciosos aún que el Odio puro y simple?
He aquí una pregunta inocente para los legisladores, leguleyos, manchapapeles y chupatintas ( o cagatintas, como diría J.J. Benítez)
Un abracito de inicio de semana,
Palas A.
Que os puedo decir que no haya sido escrito!!!
Es verdad. Somos intolerantes con lo que ya creemos que nos pertenece, hasta que lo perdemos.
Debe ser esa la razón, del porqué son pocas las naciones que pueden presumir, de tener un sistema democrático, perdurable en el tiempo.
Vaya, realmente tacaste el tema por un punto bien interesante. Conozco personas en esa situación, y siempre me ha parecido jalado de los pelos.
Hola a todos:
Me costó un poco escoger un personaje que reflejara a la gente que se encuentra en situaciones similares. Pero creo que optar por el tipo que lo sufre más intensamente era lo mejor. Me refiero a aquellos a los cuales una decisión de ese tipo les representa un mayor impacto en su calidad de vida. Al venir de abajo y ser mujer, mi imaginaria Cayetana me ha resultado adecuada. Pero he conocido personalmente a gente de todo tipo que ha sido víctima de esta discriminación.
También es conveniente comentar que hay otros casos en los cuales la empresas permiten lo del matrimonio, pero obligan a los interesados a seleccionar a uno de los dos como individuo guía, por el que se encaminará la carrera profesional de ambos. Eso aplica por ejemplo en la política de ascensos, traslados, etc. Poco más o menos como que la carrerra de uno estará supeditada a la del otro. Y pues no sé que será peor. Porque supone una institución matrimonial tan estable que resulta un poco utópica.
Gracias a todos por pasar por aquí.