¿A que es curioso el uso que los latinoamericanos hacemos de los sufijos diminutivos? De hecho, es una cosa que nos homologa, nos hace de lo más peculiares al hablar, porque no los usamos sólo para dismunir sino también para maximizar. Cuando queremos indicar que algo es muy rápido, en lugar que tirar por el adjetivo superlativo, nos lanzamos con un rapidito o incluso, un veloz rapiditico, que es, como se ve, extremadamente breve. Lo mismo pasa, por ejemplo, con ligero, (aludiendo a brevedad o peso) que se convierte en ligerito.
Como tampoco somos muy propensos a los excesos léxicos, mitigamos las palabras de gran magnitud, con un sufijo diminutivo. Como para no agraviar, como para quitarle peso al asunto. Así, las cosas no están lejos, sino lejito, algo grande se atenúa en grandecito y lo vasto no es bastante, sino bastantico. Y que decir de las complicaciones, cuando son simplemente complicaditas.
Pero el mejor de los usos, es esa disminución elogiosa. Respetuosa, benevolente. Como cuando el nuevo novio de la nieta es educadito o la chica de recepción es formalita. Somos, si cabe, vanguardistas lingüísticos, porque a esas disminuciones tan positivas las podemos hacer crecer a punta de adjetivos superlativos: ¿Juan?, a mi me parece muy seriecito.
Y después dicen que en el caribe no somos polite.
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Nota del cartero: Lo del uso irónico de los sufijos diminutivos, lo dejamos para otro día.