Escritores en Almíbar

La tarde del sábado pasado estuvimos en la Feria del Libro de Madrid. Ya en otra ocasión les he hablado de este ritual y de las cosas curiosas con las que uno se puede topar desgastando algunos milímetros de suela por allí. Además de libros, como es natural, se pueden encontrar escritoras y escritores, y acerca de ellos, curiosidades como la que les cuento este año: Va de lo divertido que me resultó cuando me hicieron notar cómo los anónimos por excelencia, los que se ven obligados a ocultar su imagen detrás de sus personajes, les puede tanto la vanidad.

Algunas editoriales suelen anunciar que un determinado escritor está firmando su obra, colgando en los stands unos cartelitos en los cuales aparece la foto del implicado. Quiero decir, con fotos que dan la impresión de retratar a los escritores que dentro del stand, sudando como pollos, dedican libros a desconocidos lectores. Dan la impresión de, porque en algunos casos se hace necesario realizar un ejercicio de abstracción para asociar la límpida foto, de cabellos negrísimos, ojos diáfanos, piel lozana y sonrisa cautivadora, con el deteriorado ser de gafas de artificio, pelos enajenados e histeria contenida que firma libros improvisando frases hechas a partir del nombre del lector.

En un remoto antes, los escritores eran los más anónimos de los humanos. Sus gestos, arrugas y tics quedaban congelados para el gran publico en la tipografía de sus nombres, como sus horribles voces y el aliento recalcitrante de algunas de sus opiniones dichas. Eventualmente comenzaron a aparecer fotos – casi siempre sonrientes – en algunas contracubiertas y contraportadas, preferiblemente al tratarse de autores consagrados. Pero hoy en día es casi una normalidad editorial el que el lector vea al autor; ya no con la cara de dolor de culo por las horas eternas que ha permanecido atado a una silla para cumplir con los plazos, sino con esa cara de recién casado feliz, al que pareciera le salen las ideas, las frases y los planes para huir de los lugares comunes, con la misma facilidad con la que surge un beso entre enamorados. Vamos, que resultan tan bellos, frescos y empalagosos, que más parecen escritores en almíbar, que feroces malabaristas de las palabras.

Después de darle unas cuantas vueltas al asunto y de quejarnos sabrosamente de las agujetas de la caminata, me ha surgido la conclusión de que esta moda vanidoso-literaria, en lugar de alejar a los escritores del público, los acercan. Porque, no sé ustedes, pero estoy seguro que los que como yo, nos hemos consagrado en el arte de resultar negados a las fotografías, hemos deseado en más de una ocasión formar parte de esos pequeños milagros de la fotogenia y quedar bellamente congelados para siempre, de forma de poder hacer alarde, al menos, de un carné de identidad piropeable.

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agujetas: 8. f. pl. Molestias dolorosas que pueden sentirse en los músculos algún tiempo después de realizar un esfuerzo no habitual y reiterado.

Cristina ronca como un camionero

Cristina ronca como un camionero. Lo descubrí una noche, después del cigarrito reglamentario. En lugar de darme la vuelta y morirme, surgió desde el fondo de mis tripas un extraño impulso por ver cómo yacía, a ojo cubierto, esa desconocida insatisfecha, que después de mi molto vivace resolución, acababa de decirme: Tranquilo, no pasa nada.

El espectáculo suele comenzar con un imperceptible – más bien tímido – conato de ahogo. Como si fuera un bostezo abortado en último momento. Eso es ya una cosa fundamental de contemplar, porque Cristina jamás bosteza, convencida como está, que dicho acto natural es de una descortesía y una falta de urbanidad tal, que se equipara completamente a escupir en los pasillos del metro. Hasta creo que su subconsciente lo nota y la condiciona, porque seguido se aclara la garganta y hace un gesto con las cejas como quien eructa sin querer y pide un perdón avergonzado. Sin embargo… ¡Se ve tan hermosa! A mí me hace inmensamente feliz que Cristina ronque, porque es una de esas pocas cosas – a parte de la hipoteca – que tenemos en común. Una insalvable realidad biológica-lapidaria que nos une.

Mi amigo Ocatrapse me comentó que en cierta ocasión, Montserrat Cabellé había soltado un mazazo reflexivo con vocación de axioma, relacionado con esto que les cuento. Decía que la única manera de durar con un amor, era quererlo por sus defectos. Pues esa, precisamente, es mi desdicha. La esencia de mi relación inmobiliaria, mi gran problema sentimental con Cristina, porque se me mengua el ánimo al ver que le descubro tan pocos. Me desconsuela enormemente verla tan exigua en faltas, tan descompensada en normalidad, tan auspiciada por la razón, tan dotada para la asepsia, que hasta alardea de una cavidad nasal a tal punto irreprochable que ni siquiera cosecha mocos. Vamos, ¡así cómo se puede pretender querer a nadie!

Cuando firmamos la hipoteca (nuestra gran prueba de amor) todo comenzó a ir mal. Surtió el mismo efecto que en un matrimonio por amor, quedando demostrado la consecuencia malsana que produce cualquier papel a la relación de pareja. Pero a pesar de ello, me siento incapaz de dejarla, porque estoy completamente seguro que, en mi paradigma emocional, ella me quiere un montón, ya que no hace más que recordarme a toda hora lo que para mí son anécdotas cotidianas y para ella defectos antológicos. Es que yo con tantos, debo ser lo más parecido a un amor para toda la vida.

Les cuento todo esto, porque esta mañana el mundo se me vino abajo. En un arranque de romanticismo madrugador le revelé mi gran secreto a Cris: Cariño, le dije, ¿sabes qué? Tienes un defecto… Se incorporó hasta el bordillo de la cama y se calzó las pantuflas a ciegas, cual gaucho que no coge la ación para alinear el estribo. ¿Y cuál será? me preguntó con tono amojonador: Que tu también roncas amor, y te sale ¡taaan boniiito! Está de más decirles que lo que sigue me pasó, como le pasaría a cualquiera que corre el riesgo de revelar los secretos más íntimos que sustentan sus querencias: Mientras se dirigía al baño – sin bostezar, claro – me dejó el corazón destrozado con la sentencia inapelable de su juicio sumarísimo: Yo no ronco tontito, sólo respiro fuerte.

Vida inmobiliaria
Cristina se ha vuelto loca.
Cristina y el Porno (y Antonio).

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Nota del Cartero: Lo siento querido lector, se que resultan aburridos, pero últimamente sólo me salen reflexiones en forma de relatos breves.

 

Quiromántica Pachá

Todos las quirománticas somos miopes. Para leer las manos nos acercamos a las palmas abiertas como entomólogos incrédulos, dejando aflorar ese halo místico de la interpretación. Respiramos hacia atrás como aspirando espaguetis por la nariz; encorvamos los labios con inexactitud capciosa y cerramos los ojos con ademán premonitorio. Ya saben, para no dejar lugar a dudas. Somos seductoras de expectativas, que terminamos sacando siempre lo que cada uno desearía ser.

Para cuando Ana llegó a mi consulta, había pasado un mes desde que fue encontrada, llorando vegetativamente, en el descansillo que hay frente a la barbería de José. Preguntaba con la mirada baja a cada andante si sabía quién era ella, si podía reconocerla y si tendría la bondad de decirle dónde se hallaba. Parecía perdida como dentro de sí misma, me dijo la mujer de la Asistencia Social que la trajo, muda de espanto, absorta de solemnidad y pálida como los amores tísicos.

Había pasado ya por psicólogos y psiquiatras, hipnotizadores de feria, exorcistas consumados, monjas vocacionales e incluso una sesión de regresión, en la que acabó regresando, pero a la vida del propio regresista. Me dio las manos con la misma asepsia de quien da la hora, e inicié el ritual con la menos conocida y más pragmática de las técnicas adivinatorias: Le miré las uñas, su limpieza compulsiva, las cicatrices de sus cutículas y el callito impoluto del lápiz en el dedo del corazón.

Eres una persona extremadamente sensible, le solté sin buscarle la mirada, limitándome a recorrerle la palma izquierda con mi meñique. Como trazando un dictado de su propia conciencia. Vas por la vida dando más de lo que recibes, bonita. Y eres tozuda de antología. Ana, con la vista ceñida a mi meñique explorador, hizo un gesto gutural de afirmación, para luego agregar un Sí, como mi abuela Octavia. Sin hacer caso al comentario proseguí con firmeza. Contándole que le gustaba jugar a las cosquillas, que era de una ternura cautivadora, y que su debilidad eran las caricias sinceras de una mano tibia, en los atardeceres afrutados en los que el sol se resiste a irse a la cama.

Me buscó la mirada para preguntarme a los ojos, con una sonrisa de esperanza adoslencente y un marcado aire cañí: ¿Sabe usted si Mauricio me querrá siempre? Luego de lo cual, tal como me lo temía, puso fin a la magia de mi inspiración.

La gente cree que en las manos vemos el futuro y siempre se confunden. No vale explicación científica para convencerles que sólo nos limitados a adivinar el presente. Contarles lo que ya saben, y en mejor de los casos, decirles esas cosas buenas que cualquiera necesita oír. Cuando llego a ese punto, no tengo más que sincerarme con recochineo: ¡Pues no creo bonita!, y menos con ese andar de víctima autista, desgarbada y manipuladora, con el que te haces la perdida. A continuación, Ana se aplanó los pelos del brazo derecho, ya en pié se estiró la camiseta hasta erguirse el aspecto y salió por la puerta indignada con un pie mirando hacia adentro y un culo efímero que se despidió sin abonarme la consulta.

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Pachá:
(Del fr. pacha).
1. m. bajá.
vivir como un ~.
1. fr. Vivir con lujo y opulencia.
Bajá:
(Del ár. bā¨ā, y este del turco paşa).
1. m. En el Imperio otomano, hombre que obtenía algún mando superior, como el de la mar, o el de alguna provincia en calidad de virrey o gobernador.