Cuento de Navidad

Teresa es un nombre sórdido, ni loca se lo pondré a la niña, cuenta mi padre que le oyó decir a mi madre algunas horas después del nacimiento de mi hermana. Pero salirse con la suya era la especialidad de mi padre, que presentó a la niña como «Teresa del Carmen» en el registro civil obviando los argumentos de mamá.

Crecimos juntas con apenas un año de diferencia, compartiendo juegos, ropa y habitación, a excepción de los lápices de colores, de los que cada una tenía una caja de veinticuatro. Mis abuelos decían que compartir colores cuando niños era la causa de la desunión familiar de los adultos y por eso se encargaban de avituallarnos de arco iris de vez en cuando.

Teresa fue la primera en descubrir que los Reyes Magos eran los padres y que como los camellos llevaban muy mal el frío, habían subcontratado La Navidad a una empresa de transportes de mercancía del Polo Norte perteneciente a un tal Señor Claus. El contrato establecía la exclusividad para los países nórdicos pero por alguna razón a Teresa los regalos de Reyes le llegaban en noche buena, mientras yo tenía que controlar mis nervios hasta el seis de Enero. Mi padre que siempre tenía explicaciones para todo, justificaba el agravio diciendo que los Reyes eran muy despistados y que como vivíamos en la calle Oslo, habían enviado la ficha de Teresa a la empresa del Señor Claus.

A pesar de la confusión, cada una vivía la noche especial de la otra como si fuera propia, con los nervios a tope y con la incógnita de saber si habíamos sido especialmente listas en engañar a los Reyes, diciéndole en las cartas que nos habíamos portado bien cuando en el fondo éramos conscientes de que a nuestros padres ya no les quedaba garganta después de todo un año de regañinas.

Eran otros tiempos y las cosas se pedían por favor, sobre todo si se trataba de pedirle regalos a unos señores exóticos que para colmo no cobraban por ello. Así que como pedir era gratis, hacíamos la lista con frases recomendadas por mi madre: Si tiene usted a bien Sr. Gaspar. Si no es mucha molestia Sr. Baltasar y así…

Una tarde del primer invierno en el cole, después de volver de clase de natación, Teresa no estaba en casa. Aunque nos habíamos distanciado últimamente no había sido culpa mía. Tenía poco tiempo para jugar pues ahora debía hacer cosas de mayores: Además de estudiar, acudía a clases de gimnasia, violín, inglés, danza, judo y refuerzo psicopedagógico.

Antes de salir a clase de danza, le pregunté a mi padre dónde estaba Teresa. Me respondió que no me preocupara, que se había ido a otro cole y que estaría bien. Me dio una piruleta para que no estuviera triste y agregó. Date prisa que llegamos tarde. De pequeños tenemos mentalidad de postguerra ante la autoridad. Por eso nos amoldamos a sus explicaciones con la misma facilidad que esculpimos la plastilina.

Treinta y cinco años después y con hijos propios, sigo afligiéndome un poco al llegar estas fechas y recordar los días de navidad con mi hermana Teresa. Es una tristeza tan real como la sonrisa de mis hijos que, afortunadamente, me ayudan a dispersarla; y tan ficticia como la pérdida de una hermana imaginaria de la infancia, que según mi psicoanalísta, no llegué a superar.

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Nota del Cartero

Como casi todos los años, dejo a mis lectores supervivientes un cuento de navidad, como agradecimiento por la deferencia de pasarse por aquí de vez en cuando. En mi carta a los Reyes de este año, les pediré el don de la técnica de la escritura, para que el próximo año os resulte más agradable la lectura.. Perdonad mis fallos y Gracias una vez más.

Cuento de Navidad 2006
Cuento de Navidad 2005
Cuento de Navidad 2004
Cuento de Navidad 2003

La satisfacción de un trabajo mal hecho.

Una de Perogrullo: Una característica común a todos los países avanzados tecnológicamente es la de invertir mucho (dinero) en investigación científica. Algunos incluso lo hacen aplicando la fuerza bruta, financiando todo lo que surja, sin evaluar mucho su utilidad, seguramente con la intención de mantener vivo el espíritu innovador, o pensando en que si abren muchas líneas de investigación, alguna resultará útil. Los Premios Ig Nobel son un divertido ejemplo de ello.

Como sé que en España no lo voy a conseguir y ciertamente tengo poco tiempo para encargarme yo mismo del asunto, quisiera proponer que algún científico del primer mundo se haga cargo de una investigación para intentar demostrar que el trabajo mal hecho activa alguna región de hipotálamo relacionada con el placer.

No sé si significaría un salto en la ciencia del comportamiento humano, pero a mi me dejaría tranquilo si lograra explicar porqué hay gente que, a pesar de hacer terriblemente mal su trabajo, es capaz se ganarse la vida con ello y dormir en paz. (Y sobre todo, si son consciente de ello.)

Si. Me refiero a esos mecánicos que empeoran los síntomas de tu coche, del albañil que tiene el sentido común en el culo o el programador informático (generalizaré) incapaz de notar que las aplicaciones que publica para solucionar problemas, no hacen más que crearlos.

En España, la palabra chapuza sirve para designar el producto del sudor de la frente de gente como ésta. Es un problema endémico que retraza el desarrollo del país y que sólo solucionaremos cuando contemos con un sistema judicial robusto y eficiente. Quiero decir, lo suficientemente temible como para que alguien que demande por haber sido victima de un chapucero, gane.

Ergo, antes de invertir en I+D+i, los planificadores de mi país (confío en que existen) deberían invertir en modernizar la justicia. Sin ello, cualquier descubrimiento jamás se convertirá en avance.

Timba a las 7 y media

Si quiere saber si realmente domina usted un idioma, pregúntese si satisface las siguientes condiciones: 1) Es capaz de seducir con ella y 2) puede reírse con los chistes de un humoristas autóctono.

Después de diez años hablando en Español cada día, pensaba – ingenuo de mi – que lo tenía controlado, hasta que la semana pasada me encontré sentado en un teatro como gallina mirando sal, mientras el resto de la audiencia se meaba literalmente de la risa. Los actores de la obra a la que asistíamos acababan de hacer un juego de palabras de los más ingenioso, pero como yo no sabía lo que era una timba, ni conocía el juego de cartas siete y medio, me limité a esperar que mi mujer terminara de reír para pedirle, con esa tosesita que intenta ahogar la ignorancia, que me explicara el chiste; cosa tonta, porque como todo el mundo sabe, no hay nada con tan poca gracia como un chiste explicado.

A veces pienso que uno no aprende un idioma, sino que lo usa como medio para aprender una cultura, o al menos, eso es lo que me pasa. Hablar bien una segunda lengua (a veces también la primera) es un efecto colateral de haber asimilado una cultura y de entender como ésta interpreta y manipula su realidad a través del idioma. Es probable que sea esa la razón por al cual se aprende mejor una lengua cuando más joven se es: no has creado aún suficientes prejuicios que funjan de obstáculos para entender la realidad del otro y hacerla tuya.

Mientras tanto, seguiré pidiéndole a mi mujer que me sirva de intérprete.