Si quiere saber si realmente domina usted un idioma, pregúntese si satisface las siguientes condiciones: 1) Es capaz de seducir con ella y 2) puede reírse con los chistes de un humoristas autóctono.
Después de diez años hablando en Español cada día, pensaba – ingenuo de mi – que lo tenía controlado, hasta que la semana pasada me encontré sentado en un teatro como gallina mirando sal, mientras el resto de la audiencia se meaba literalmente de la risa. Los actores de la obra a la que asistíamos acababan de hacer un juego de palabras de los más ingenioso, pero como yo no sabía lo que era una timba, ni conocía el juego de cartas siete y medio, me limité a esperar que mi mujer terminara de reír para pedirle, con esa tosesita que intenta ahogar la ignorancia, que me explicara el chiste; cosa tonta, porque como todo el mundo sabe, no hay nada con tan poca gracia como un chiste explicado.
A veces pienso que uno no aprende un idioma, sino que lo usa como medio para aprender una cultura, o al menos, eso es lo que me pasa. Hablar bien una segunda lengua (a veces también la primera) es un efecto colateral de haber asimilado una cultura y de entender como ésta interpreta y manipula su realidad a través del idioma. Es probable que sea esa la razón por al cual se aprende mejor una lengua cuando más joven se es: no has creado aún suficientes prejuicios que funjan de obstáculos para entender la realidad del otro y hacerla tuya.
Mientras tanto, seguiré pidiéndole a mi mujer que me sirva de intérprete.