Para una cosa tan delicada como la alimentación de un bebé, me he dado de bruces con otros problemas de mesura. Siguiendo las instrucciones de un producto infantil, diseñando para introducir cereales en la alimentación de los lactantes, se indica que se debe mezclar el preparado hasta conseguir una consistencia de natilla, diferenciando ésta de la papilla y el puré.
No contentos con tanta precisión, agregan que para la preparación, se debe partir de 200 ml de leche (por fin una medida) y añadirle ocho cucharadas soperas rasas del preparado; ¡como si existiese un estándar internacional de la capacidad de una cuchara sopera!
Finalmente, indican que el agua debe estar caliente… así, sin especificar grados, a gusto del consumidor.
Cómo es posible que puedan decirme el contendido exacto de cada uno de los ingredientes del preparado, fragmentados por partidas tan infinitesimales como vitaminas, minerales, proteínas o carbohidratos (incluso el valor energético) y sean incapaces de indicarme cuántos gramos de producto hay que agregar a cuánto de agua o leche para lograr la huidiza consistencia de una natilla.
No nos quedó otra alternativa que olvidarnos de la educación que nos dieron en primaria y aproximarnos por ensayo y error (con la aprobación de la niña) y extrapolar las medidas de las instrucciones a otro estándar de alimentación infantil que acertadamente viene con la leche de continuación: El cacito.
Indagando un poco, resulta que el cacito es ¡una unidad de medida!, al menos según el RAE. Pone para cazo:
2. m. Utensilio de cocina que consta de un recipiente semiesférico con mango largo y que se destina a transvasar alimentos líquidos o de poca consistencia de un recipiente a otro.
3. m. Cantidad de alimento que cabe en este utensilio.