A esta hora, un batallón de 50 Ingenieros en la central nuclear de Fukushima saben que, en el corto plazo, van a morir producto de la sobre exposición a la radiación. Que en el mejor de los casos sufrirán secuelas para el resto de sus vidas, y aún así, siguen intentando aplicar sus conocimientos para luchar contra las circunstancias y evitar un mal mayor. Esta gente tenía familia y sueños y están trabajando en unas condiciones de estrés emocional penosas.
Para un ingeniero vocacional uno de los peores escenarios es el del ensayo y error para intentar controlar un sistema y forzarlo a transitar hacia una situación de estabilidad. Es frustrante luchar contra variables no consideradas en su diseño. En esas están ahora los Ingenieros de Fukushima.
Quedarse es un acto de valentía y solidaridad, independientemente del desenlace. Deseo con fuerza que logren sus cometidos y que ese momento de lucidez en la que un ingeniero da con una solución magnífica les permita salvar muchas más vidas. Si no se puede, espero que los ingenieros que hace cincuenta años diseñaron el edificio de contención del reactor hayan hecho muy bien su trabajo y que no haga falta el sacrificio de muchas más vidas como la de los liquidadores de Chernobyl.