La primera vez que hice un programa para una computadora, por curiosidad e iniciativa propia, lo hice en un Apple II. Como en mi pueblo había de todo, no podía faltar una “Academia de Comercio” donde se impartían cursos para formar Secretarias y Asistentes Administrativos. El propietario era un emprendedor de esos de libro y sin tener ni pizca de idea de computadores, se fue a Miami un fin de semana y se trajo algunas Apple II, unas cuantas TRS-80 y una cosa rara con CP/M. Llamó a la Radio (que también teníamos en mi pueblo) y les dijo que insertaran en la publicidad de la Academia una coletilla para anunciar el nuevo curso de “Secretariado Comercial Computarizado.”
Obviamente, no era tal la cosa, pero vendía que no veas, por el plus de usar una computadora como una máquina de escribir muy cara. En esa época estaba muy extendida la idea de que las computadoras podían predecir la fecha de tu muerte y eso les otorgaba un aura por la que se podía cobrar más.
Por cosas que no vienen al caso, desde aproximadamente los trece años, yo tenía acceso a la “Sala de computadoras” y como no tenía manual, pasaba tardes enteras intentando combinaciones de teclas hasta dar con alguna forma de acceder a un rumor: Me habían dicho que las Apple II se podían programar con Basic. Una tarde di con la combinación reset-control-b y suerte, el intérprete de Basic apareció en pantalla y allí que me fui. Lo recuerdo como una de las cosas más divertidas que he hecho relacionada con la informática: Fue un programa la mar de tonto que hacía aparecer por pantalla los números del uno al cien, una y otras vez.
Esa Apple II había llegado a un pueblo Caribe sin playa por la capacidad técnica de un estudiante de ingeniería llamado Steve Wozniak y por la cabezonería de aspirar a la excelencia de un fracasado escolar: Steve Jobs. La diferencia entre un genio y el resto de los mortales, es que son capaces, en su proceso creativo, de ver más allá de lo evidente, de apasionarse más allá de lo saludable y de levantarse de los infortunios con la misma impronta con la que se llevan a cabo los actos de fe. Jobs encaja en ello, por eso lo califico de genio.
Hagan la prueba: ¿Cuánto tiempo podríais mantener la idea de cambiar el mundo a partir de un aparato como el de la foto? Pues Jobs lo mantuvo durante toda su vida y deja un legado de creatividad, innovación, sentido de la oportunidad y buen gusto, no sólo en Apple, sino también en Pixar.
En honor a ese buen gusto, sólo pediría a los propietarios de productos de Apple en cuyo diseño haya participado Jobs, que recuerden que tienen en sus manos una creación artística que requiere que vayáis a tono con él. Es decir, bien bañaditos y con la camisa por dentro del pantalón.
Adios Steve.