Seré directo. Está usted metiendo la pata hasta el fondo e hipotecando la felicidad de varias generaciones. Y lo esta haciendo como casi todos sus antecesores en el cargo, con esa prisa descontrolada del que se está haciendo pis encima, se aguanta, y argumenta dando brinquitos. No lo digo como estrategia de descalificación personal, dado que sólo hablo como ciudadano con hijos y estoy obligado por los genes a darles ejemplo, lo digo para ilustrar la situación.
Le hice caso, y antes de opinar, me leí su reforma educativa porque el equivocado podría ser yo, y porque como argumento me parece correcto. Una vez hecho, confirmé mis sospechas de que marra usted el pronóstico.
Mire que no me preocupa en lo mas mínimo el «ajuste» del presupuesto, la «flexibilización» del número de alumnos por clase o las varias «reválidas» que hay por el camino. Nada. Entiendo que mucho de ello tienen un trasfondo netamente económico y circunstancial.
El error de fondo de esta ley es la ausencia de un ejercicio básico: imaginarse el país que se desea (y deseamos) de aquí a 50 años, que es cuando una reforma educativa comienza a dar sus frutos. Mas claramente le digo que el país con minúsculas para la que está diseñada esta ley no existe en la actualidad y efectivamente no existirá en el futuro.
Si la concibe usted simplemente como una troqueladora de empleados – es una opción – tenga la seguridad de que la mayoría de las profesiones que tiene usted en mente, no tendrán viabilidad económica en nuestro entorno en el largo plazo. Pero como la Educación es mas que eso, también le puedo asegurar que si la analiza como un medio para que las futuras generaciones se realicen y sean felices (como quiera que eso se interprete) la reforma no servirá para nada. Principalmente, porque carece de la innovación, creatividad y sentido común en otro aspecto básico: los valores (y mire que me angustia el estar utilizando en exceso los «:» para resaltar una idea.)
Incluso los críticos especialista en educación (y la ciudadanía en general) coinciden con usted en que es necesario potenciar como valor, la cultura del esfuerzo entre el alumnado así como que las cosas cuestan sacrificios.
Puede resultar contra intuitivo, pero hablar en esos términos es tan absurdo hoy en día, con todo lo que sabemos sobre cómo funciona el cerebro, que compite como anacronismo con aquello de que «la letra con sangre entra».
El proceso de enseñar y aprender o es emocionante, y hablo de una emoción positiva, o no lo es. Lo del esfuerzo y el sacrificio, déjelo a cuenta de los padres, porque es un aprendizaje íntimo y muy largo. (Eso no se aprende en la escuela.) El fracaso escolar, medido como el número de abandonos, es sólo una cara de la moneda. También es un fracaso y un despilfarro total de dinero, si una vez finalizado el ciclo formativo, el ex alumno o bien, no encuentra un empleo, o bien, lo encuentra pero se levanta todas las mañanas con la sensación de estar haciendo algo que sólo sirve para pagar las facturas a fin de mes. Tenga la plena seguridad de que el desempeño y la contribución a la economía (y a la sociedad) de alguien al que le pasa eso, es la mínima posible. Lo veo todos los días.
Reflexione, busque un modelo de país, lo que le obligará a abrirse a la sociedad y hacer prospección profesional, e intente convencer y no imponer. No es un buen ejemplo. Concéntrese en el para qué. Tómese su tiempo, no crea que con esta reforma está usted arreglando un problema del presente, de lo contrario, puede estar creando uno en el futuro.
Disculpe usted la molestia.