A los viudos les sobra el anillo que se dejan por costumbre para demostrar que lo son. Basta con el atuendo para saber desde cuando se les detuvo el tiempo y caer en el detalle de que comienzan a servirle el café en bar a la misma hora sin siquiera haberle visto pasar por la puerta. A los viudos de barrio antiguio les cuidan los vecinos como si le hubisen hecho la promesa a la mujer en el lecho de muerte.
Eladio se habla a si mismo con una voz que no es la suya mientras se estira la pajarita y se adoquina el pañuelo ante el espejo. Se prepara para su cita de los sábados por la tarde cuando se deja pasear por una tienda por departamentos del centro de Madrid para hablar con su mujer. Además, hoy es especial porque es día de noche buena.
Estuvo casado más de treinta años con un encanto moreno que le decía te queiro al oído para despertarle cada día y que, además, era la voz en off que con el mismo atractivo anunciaba, por el circuito interno de una cadena de tiendas, una crema antiarrugas, descuentos en el pollo o deseaba una Feliz Navidad a los clientes.
Su último refugio era la tienda de estar tarde, la más antiguna de la cadena que aún no había modenizado su megafonía y seguía siendo la voz de su mujer la que animaba las compras. Ya las tardes abrumadas le desanimaban un poco, pero aquella le dejó inconsolable por la tristeza: La remozada imagen de los almacenes se habían llevado para siempre la presencia de su mujer, algo que incluso la muerte no había logrado forjar.
Ya no estaba su voz, sino una de cartón masculina que más que sugerir ordenaba y que imponía su presencia como esas dependientas que no te dejan comprar en paz. Se paseó por todos los departamentos con oídos de agobio: subió a la planta de damas por si allí habían recapacitado. Bajó a la de parafarmacia seguro de que respetarían en inigualable tono de confianza de su mujer. Siguió por el de viajes con la ilusión de que aprovecharan su don de convenciemiento y hasta al de moda joven por la ternura de sus consejos de madre. Y fue inútil, no pudo encontrar su voz.
Sólo cuando se había ajustado la bufanda y se disponía a dejar de creer en los milagros escuchó un susurro en la sección de perfumería. Evitaba esa planta siempre que podía con el mismo repelús con el que eludía las multitudes, pero esta vez le tocaba armarse de valor: tomó aire y se hizo el silencio, se llenó con su alivio y cerró los ojos para escuchar a su voz sobreviviente.»Déjese sorprender con las fragancias de estas fiestas, disfrute de nuestras ofertas insuperables…y Feliz Navidad».
Eladio estuvo absorto hasta la hora del cierre, compartiendo con su mujer, conversando del tiempo, contándole sus temores y mirándole a los ojos a medida que fingía una tarde de compras. Se despidió con un beso de Noche Buena y con la mirada de sentirse vulnerable ante ella, esa forma tan madura de expresar el amor.
—–
Nota del cartero:
Basado en una historia real.
Gracias por haber pasado por aquí un año más.