La educación como tema en nuestro país está al mismo nivel que las referencias al tiempo en las conversaciones de ascensor, incluyendo las posturas y los gestos de incomodidad de saberse invadido en tu espacio vital. Parece una tontería siquiera llevar el tema a la sobremesa de los domingos, como si la ausencia de preocupación fuese la prueba del algodón de la inexistencia de los problemas.
Infortunadamente, los españoles nunca hemos visto nuestra educación como un problema, de hecho, en el último barómetro de CIS no figura entre los tres principales problemas del país, ni siquiera entre los quince primeros. Nunca lo ha estado. En total, sólo un diez por ciento piensa que es el principal problema de la sociedad. Resalta especialmente lo que se descubre al cruzar estos datos con la condición socioeconómica de los encuestados: Sólo un 0.2% de los jubilados y pensionistas piensa que nuestro principal problema es la educación; entre los trabajadores domésticos no remunerados sólo el 1.1% piensa de forma similar; y de los obreros no cualificados, un escaso 1.1% lo cataloga como de gravedad. Entre los parados, sólo el 0.8% le da la máxima prioridad e incluso entre los propios estudiantes su importancia máxima no llega el 5%.
Dado que por estas fechas los candidatos a la presidencia del gobierno español se empeñan en obviar el tema con ilusión, mayoría y seriedad, optemos por hacer un ejercicio de previsión.
Hablar del sistema educativo se resume, casi siempre, en hablar de contenidos, usar la palabra reforma (que no pacto) y a prometer el mal menor. Sin embargo, pocos ven la trampa detrás de un modelo donde el cómo se enseña y aprende se ha quedado anclado a la promesa post bélica del Estado de Bienestar de los países de Occidente, cuando se veía el nivel de estudios como garantía de felicidad y tranquilidad social, algo por lo que valía la pena sufrir. En definitiva, sólo un modo por el cual ganarse la vida (¡vaya frase!, casi que merecerla) en lugar de un proceso para ser libres y disfrutar de la vida.
Así las cosas, si una sociedad quiere esculpir un error con propiedad, podría reforzar alguno de estos aspectos en su sistema educativo (en su origen, de instrucción pública):
- Enseñe a los niños a leer, a escribir y a contar, pero no a expresar sus ideas.
- Desperdicie los 10 primeros años de vida en mecánica repetitiva y penalice la imaginación.
- No trate de forma distinta a los niños según sus habilidades, en su lugar, estandarice los métodos.
- Fomente escrupulosamente el miedo al riesgo, coarte la curiosidad y no los saque de su zona de confort. Haga que se avergüence del fracaso como un acto reflejo.
- Priorice la memorización y desprecie el análisis. Mande deberes que dejen malos recuerdos de la infancia.
- Llene las aulas de ordenadores, promueva el copiar y pegar en lugar del escuchar y tocar.
- Fortalezca el miedo al ridículo, a demostrar ignorancia y sólo pregúntele lo que pueda encontrar en wikipedia.
- Desprestigie la carrera del docente, especialmente de infantil, hágala pasar como una carrera de segunda categoría, el despojo de las profesiones y pague muy mal para que sólo lleguen los peores.
Finalmente, menee esto cada cuatro años y creo que ya estaría.
—
Nota relacionada:
Se equivoca señor Wert.