Resulta irónico que dos de los grandes negocios actuales del entretenimiento, el cine y las carreras de coches, provengan del último recurso que le queda a los humanos para enfrentar sus vicisitudes: La huida.
Bueno, normalmente es el primer recurso, pero así queda más redonda la frase. Los otros dos, lo de luchar y hacerse el muerto, requiere de una elaboración intelectual que normalmente se descarta porque requiere más energía y pone en peligro el fin último de la reproducción.
Sucintamente: Las carreras de coches comenzaron por la necesidad que tenían los traficantes de licor de contar con potentes coches y arriesgados pilotos para huir de la policía en tiempos de la rocambolesca ley seca estadounidense. Cuando no estaban huyendo, competían entre ellos para soltar adrenalina y fardar hasta que alguien vio el negocio. Por otro lado, el cine, como todo el mundo sabe, no está en Hollywood por casualidad, sino por la huida que emprendieron los productores de cine de New York al lejano oeste, para no tener que enfrentarse a un pesado Tomas Edison, que no se conformaba con el monopolio de la bombilla y les planteó una guerra de patentes. No podían filmar ni un triste velorio sin pagar royalties. Vamos, que hasta los hermanos Lumière tuvieron que volverse a Francia.
Ello.