Un mal silencioso asecha la supervivencia del modo de vida Occidental. Tan sigiloso y discreto que incluso contagia a las estirpes antiguas que claudican sin mucha resistencia: Se trata de la pérdida de los modales.
Huelga decirlo, pero lo diré:
En 1854, un venezolano ilustre llamado Manuel Antonio Carreño, nieto de cura, sobrino de maestro y padre de prodigio1, publicó por entregas un reputado Manual de urbanidad y buenas maneras que rápidamente se extendió por toda la América antes española. Desde entonces, varias generaciones de naturales de dichos países hemos sido criados a la sombra de las diversas adaptaciones que ha sufrido este manual para alinearse a la edad de los destinatarios y a los cambios sociales. A pesar del tiempo, la base de muchos de sus consejos continúan representando una seña de civilidad, aunque, si se lee el original, recordad que debe ser entendido -como con cualquier otra obra cultural- desde la perspectiva de su época. Especialmente en los aspectos religiosos y el papel de la mujer.
Dicho.
Es por ello que no puedo más que desarrollar urticaria, cada vez que observo con desesperación y especialmente en espacios públicos, a tarajallos2 modernísimos a los que nadie les ha indicado que, entre otras cosas i) la comida va la boca y no al revés, ii) que se trocean los alimentos a un tamaño adecuado antes de llevarlos a la boca, iii) que se mastica con la boca cerrada, sin hacer ruidos y iv) que no se habla con la boca llena, ¡coño!
Muy acertadamente, uno de mis compadres dice que, como los Reyes, «Carreño son los padres». Pero si esos padres tienen modales y sus hijos no, estamos ante un acto de claudicación, de abandono de responsabilidades, que podría acabar con la sociedad tal y como la conocemos. Y aunque me entrego a una deriva tremendista como recurso expresivo, os digo más: Claudicar en esto es bombardear el anillo sanitario de la convivencia, que tiene en los modales el instrumento indispensables para cosas tan básicas como la capacidad de dialogar. Esto no tiene nada que ver con la ruleta social al nacimiento: Se puede ser rico pero educado.
Finalmente, la prueba del algodón de la actualidad de dicho manual la encontréis, sin duda, a lo largo de muchos detalles, pero especialmente, los de buenas maneras dedicadas a la felicidad del entorno familiar. Os dejo una muestra.
Más claro, cosa difícil.
- Ha sido complicado desmentir el rumor secular de que su padre Cayetano fuera hijo del cura Alejandro Carreño. Por otro lado, lo que si es totalmente cierto es que era sobrino de Simón Rodriguez -expósito junto a Cayetano- y maestro de Bolívar. Por último, Manuel, además de pedagogo y diplomático fue músico y se dedicó en cuerpo y alma a formar a su hija única, Teresa, como pianista. Cosa rara para una mujer en la época. De momento, además de dar nombre al principal teatro de Venezuela, Teresa ostenta el anecdótico privilegio de ser la única pianista de esta nacionalidad que haya tocado en la Casa Blanca, siendo niña y a petición del presidente Lincoln. Como ya os habrán dicho, el realismo mágico no es más que lo que encuentras cuanto tiras del hilo por aquellos lares.
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