[Domingo de Reposición] IV

Publicado Originalmente el 4 de Abril de 2004.

Canción Demanda*

El problema con las revoluciones es su obstinada costumbre de morir en cuanto alcanzan el poder. Junto con ellas, se llevan un portafolios de principios e inventos valiosos que le permitieron unir esfuerzos y ganar adeptos -y algunos adictos-, en su camino hacia el ansiado cambio. Las revoluciones suelen ser alcabalas de estafa que sucumben demasiado rápido al exceso de expectativas y a la frustración colectiva. Me he enterado de pocas que realmente hayan logrado ser algo más que la consolidación de algún mezquino proyecto personal. De todos esos inventos de «vocación revolucionaria», a mi el que más me gusta, por honesto -aunque también ha muerto- es la canción social o protesta.

En la segunda mitad del siglo pasado, surgieron diseminados por toda Iberoamérica cantautores para todos los gustos, que clamaban valiente y honestamente por una infinidad de reivindicaciones sociales: La libertad sindical, la reforma agraria, peticiones a Dios para que los protegiera de la indiferencia, o sencillamente canciones-relato que narraban la (aún) depauperada realidad de los pueblos oprimidos, como solía llamarse entonces a… los pueblos oprimidos.

Eran hombres y mujeres con corazón y guitarra que afinaban sus letras para llegar al pueblo esquivando el «intelecto» del tirano de turno. Los más osados cantaban con el estilo simple y contagioso del decreto: Si se calla el cantor, calla la vida. Otros hacían señas por las ventanas, a modo de coplas-axioma que retumbaban en el tarareo de sus protagonistas: Las entrañas de la tierra / va el minero a revolver. / Saca tesoros ajenos y muere de hambre después. Luego, surgieron poetas de tierno vozarrón que mostraban temerariamente el pecho con letras que no pierden actualidad: ahora que el petróleo es nuestro / no hablo de carne mechada / porque así le queda al pueblo / en la manifestación.

Eventualmente, la canción social tocó los bordes de la sofisticación y se mudó a una nueva forma de trovar, elaborando letras de amplio espectro que solían, en su ambivalencia, confundir al menos incauto: Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan / para que no las puedas convertir en cristal./ Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo. / Ojalá que la luna pueda salir sin ti. /Ojalá que la tierra no te bese los pasos. Poesía tan hermosa como ésta, bien podía dirigirse a un oscuro imperio de algún punto cardinal, o a aquella chica despiadada y presumida protagonista de tu primer desengaño de juventud.

Los tiempos han cambiado y cosas como la reforma agraria y el hambre no han dejado de ser lo que eran: Sinónimos de promesa incumplida. Así, bien que las revoluciones «triunfen» o «fracasen» pierden en consecuencia su capacidad de autocrítica. En el primer caso, por complicidad, y en el segundo por descrédito. La canción protesta debería asemejarse más a un vigía experto, que levante la voz ante las injusticias. Hay muchas más vergüenzas patrias hoy en día, en toda Iberoamérica, a las cuales dedicarles una canción. De hecho, yo la llamaría canción demanda para estar a tono con los tiempos. A ver quién se moja.


Hace unos días me encontré con algunas canciones de este tipo como fondo de un documental histórico. Con respecto a lo que escribí en su momento no he tenido un cambio de opinión, pero sí creo que hay una aspecto no explotado en mi nota original. Los que cantaban y los que escuchaban, en su mayoría, no fueron más que instrumentos. Cuando uno cree en algo, hasta lo canta. Si no hubiese sido porque era un fenómeno típicamente de izquierdas, creo que la derecha también se hubiese decantado por él. Sería un interesante ejercicio imaginar las letras.