La espera en una cola es uno de esos inventos donde se concentra la verdadera naturaleza humana. Siempre lo he visto como un impuesto directo que sólo afecta a los que menos ganan; que sólo eres realmente rico cuando no tienes necesidad de hacer colas y puedes claramente evadir ese impuesto. La cola como metáfora está regida por lo que hay al final de la misma. A veces no sabes lo que hay pero la haces por esperanza. Hay gente que espera en una cola para comprar o rogar comida, otros para comprar lotería. Están las colas para ejercer derechos, desde el voto hasta un subsidio de desempleo; la cola en la consulta del médico, del banco o del transporte, y un montón de colas invisibles que los expertos llaman listas de espera. Las hay muy crudas, en las que incluso la gente muere de esperar.
En las colas la gente ejercita sus caras de hastío, la mala leche, desconfianza mutua y el despellejar los infortunios de la vida. Eso aplica por igual a los que esperan y a los que atienden. En las colas no se piensa, se siente. Y en este apartado, están las colas del miedo, donde se lucha por salvar la vida. Las colas de exilio, las colas de la huida.
Así que no tengo claro si lo experimentado esta semana es una alineación planetaria o simplemente la Navidad que nos sugestiona en Occidente. He hecho varias colas esta semana. Colas sin transcendencia y habitualmente cortas. Me he visto en la tesitura de tener que acercarme a realizar varios trámites en la Realidad Real, como se hacía antes. Mandar algunas cartas en la oficina de correos, hacer una gestión en una tienda de telefonía, solicitar información (la cola inútil por excelencia) y otras cositas así. Pasé por varias establecimientos de distinta naturaleza, traté con distintas personas y en cada uno comprobaba con asombro que el patrón se repetía: Todos, los compañeros de espera y los dependientes al final de la cola me trataron bien. Incluso en sitios de agobio, éstos fueron amables, comprensivos y con trato “humano”, sin sobre actuar. No todas tuvieron final feliz, pero no parecía que este comportamiento estuviera influido por la resignación.
Todo un contraste Navideño.