Absentismo Ciudadano

En nuestro nunca bien valorado país muchos servicios de cara al público se llevan a cabo con cita previa. Esto incluye a los prestados por el Estado. Así, hay que pedir hora para llevar el coche al taller, acicalarse la imagen en una peluquería o asistir al médico en sistema público de salud. Sin embargo, siempre me ha resultado contradictorio de nuestra idiosincrasia -y extensible al antiguo imperio- que seamos, a pesar de la fama, rigurosos y puntuales para las citas del sector privado, pero desconsiderados, poco solidarios e indolentes con las citas públicas.

El español medio hará lo que haga falta para no perder la cita del taller o la peluquería, pero le da un poco igual no asistir a la consulta del médico de atención primaria o a la reserva para renovar el documento nacional de identidad. A pesar de ello, ese mismo ausente puede quejarse con vehemencia por la disminución de la calidad de la sanidad pública o de otros servicios del Estado a la vez de presentarse incapaz para sopesar su influencia en el problema.

Dadas las cosas, creo que no sería descabellado algún tipo de iniciativas compensatoria de estas debilidades latinas. Pongamos, por ejemplo, un cupo de ausencia anual, digamos de tres faltas, a partir de la cual se apliquen multas económicas (como pasa, por ejemplo, con las infracciones de tráfico) o castigos en forma de baja prioridad en la cola de asignación de citas.

Este tipo absentismo ciudadano es de los peores, ya que repercute directamente en todos nosotros por medio de las ineficiencias que introduce en el sistema (sin mencionar la cantidad de dinero que se pierde). Además, no se justifica en un país donde hay más móviles que gente: Cancelar una cita a la que no se puede asistir con un servicio del Estado es más sencillo que mandar una foto por whatsapp.

¡Indignaos!

Y De Gaulle tenía razón

degaulleSe va a decir mucho por estos días, ya sabemos que la red adolece de originalidad, pero también quería escribirlo1: Que cosa tan rara el tener que darle la razón a los muertos. 

El General De Gaulle vetó en dos oportunidades la entrada del Reino Unido a la Unión Europea. Fue en un tiempo en el que este ejercicio de supranacionalidad aún se escribía con minúsculas y de hecho, ni se llamaba así. Las razones de su oposición eran complejas y muy criticadas. Algunas veces era visto como un malagradecido, dado el papel que el Reino Unido había desempeñado en apoyo a Francia durante la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, me da a mi que los hipanohablantes -perdidos como de costumbre en la traducción- no interpretaron correctamente lo que De Gaulle quería decir cuando en su muy citada rueda de prensa afirmaba, a propósito de sus razones:

«England in effect is insular, she is maritime, she is linked through her exchanges […] She has in all her doings very marked and very original habits and traditions.»

Pienso que nos perdemos en la traducción porque en Español, el adjetivo insular es de perogrullo, según el DRAE:

insular
Del lat. insulāris.
1. adj. Natural de una isla. U. t. c. s.
2. adj. Perteneciente o relativo a una isla o a los insulares.

Pero en Inglés es otra cosa, más compleja, directa y políticamente significativa. Es probable que no fuera una improvisación y que el General la seleccionase en su declaración sabiendo lo que decía. Según el Oxford Dictionary:

insular
Del lat. insulāris.
1.- Ignorant of or uninterested in cultures, ideas, or peoples outside one’s own experience
2.- Lacking contact with other people

Lo que si me queda absolutamente claro es que, pase lo que pase, los divorcios no son sesiones de cordialidad y raciocinio, sino el campo de batalla de las más desconocidas emociones, principalmente, si fue un matrimonio obligado donde uno quiso más que el otro. Como siempre, estas cosas la pagarán los hijos, una nueva generación a la que no se le explicó que papá y mamá se unieron, en el fondo, para evitar otra guerra.

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Al margen: Resulta curioso que un fanático de los referendos como fue De Gaulle jamás se hubiese atrevido a utilizar uno para algo de tanta trascendencia como lo ha hecho Cameron. Es carecer de sentido de estado el haberlo usado para resolver un problema interno, no de su país, sino de su partido.

De momento, algunos que mataron el tigre empiezan a tenerle miedo al cuero y afirman que no es para tanto, que no hace falta invocar el artículo 50 del tratado.


Nota del Cartero:
Tal día como hoy Reino Unido decidió en Referendo popular salir de la Unión Europea.

1.- Existe la posibilidad (o el riesgo) de que mis hijas, cuando sean adultas, les de por leer estas cosas que escribe su padre y hoy era importante.

No tengáis miedo

Mi voto no irá para Podemos, no por miedo, sino por convicción. Y como no podía ser de otra forma, entiendo y respeto a quien haya decidido votarle, porque barrunto que representa para él un canal por el que desaguar la frustración. La misma frustración que puedo yo sentir por la forma obtusa, poco creativa y dogmática con la que los líderes de los partidos tradicionales han gestionado esta crisis. También cabe, obviamente, que alguien les vote por la simple y llana preferencia política, que para eso están los partidos y somos libres de elegir.

Sin embargo, en mi caso tengo una ventaja para tomar la decisión: ya he visto a los líderes de Podemos en acción. He visto cuáles son sus ideas sobre la interacción social, los modelos políticos en los cuales se inspiran (cosa a la que doy mucha importancia) y la aproximación económica. Así, más que por lo que dicen en campaña, he decidido en base a lo que callan (u ocultan) bajo una puesta en escena que ha tomado por sorpresa a la sociedad. Decido, en definitiva, por su esencia.

En los líderes de Podemos todo me es familiar, porque no es autóctono sino una importación de los movimientos de izquierda latinoamericanos a los que admiran. Reconozco su estrategia política porque he vivido en primera persona sus consecuencias, especialmente en sus acepciones caribes. No lo digo como referencia, sino porque he visto a sus líderes pasar largas temporadas en el caribe aprendiendo de primera mano e interviniendo directamente en la política regional. Algún presidente anfitrión los llamaba, cariñosamente, los infiltrados. Aún muchos permanecen in situ como asesores de algunos gobiernos, ayudándoles a perseverar en sus errores. No es un acusación, simplemente un hecho público y verificable. Los he escuchado con atención, filtrando el ruido, y no los he visto pasar de la denuncia como argumento.

Lo que no me gusta del modelo que preconizan y admiran, (antes abierta y ahora, por razones de campaña, veladamente) son dos grandes defectos: Primero, que la izquierda latinoamericana en la que se inspiran no ha podido superar el estadio de la revolución permanente. Ha sido incapaz de aprobar esa asignatura pendiente que es la normalidad democrática y mantiene en el enemigo exterior el mantra con el que oculta su incapacidad para reconocer sus errores, hacer autocrítica y, lo más doloroso, rectificar. La izquierda latinoamericana jamás se equivoca, siempre se justifica -incluso cuando se escora hacia el autoritarismo- y se vende proba sólo por el hecho de no ser la derecha.

El segundo gran defecto, es que esa izquierda jamás ha podido expresarse más allá del populismo, y ha sido la región la que aún sigue pagando sus consecuencia. En especial, porque es una forma de hacer política que, aunque propugna la participación, en la práctica sólo reserva a los ciudadanos, como único ejercicio de libertad, la sagrada labor de idolatrar a unos líderes infalibles. En fin, la izquierda latinoamericana es totalitaria, y allí radica el riesgo de esta importación. Una vez en el poder, lo invade todo de forma sistemática, creando nuevas reglas para hacerlo de forma legal y aprovechando el empuje de la euforia electoral. En mi opinión, lo hace así porque es incapaz de verse a sí misma como una forma de pensar y actuar en política, sino como la única posible. De hecho, es lamentable cómo han desperdiciado históricamente las oportunidades para hacer avanzar a la región. En esto no se diferencia de los otros extremos a los que critica.

Pero es en esta campaña donde más claramente reconozco algunos de estos rasgos en Podemos, porque coinciden con los utilizados por la izquierda latinoamericana en etapa electoral: Primero, el mensaje grueso y de sacudón que canaliza la frustración y el dolor innegables, y luego, al igual que en latinoamérica, un cuidadoso y súbito barniz de moderación analgésica. Nada más noble, coherente, inofensivo y bueno para la sociedad que sus propuestas, cuyo colofón se resume en una frase que ya he escuchado muchas veces desde pequeño y ahora escucho aquí: No tengáis miedo.

Las personas que viven cerca de las vías de un tren, aprenden poco a poco a obviar su regular estruendo y a incorporarlo a su cotidianidad. Hasta que un día, cuando nadie lo esperaba, el tren descarrila e irrumpe violentamente en el salón de casa, justo cuando en la tele volvían de los anuncios. Esto describe lo que nos ha pasado como país cuando, por ejemplo, hemos otorgado, como ilusos, mayorías absolutas desesperadas, jaleados por la polarización y la manipulación (incluso a corruptos confesos). O cuando no hemos entendido que en política no hay magia, no hay buenos, no hay santos. Sólo humanos tan imperfectos como nosotros, que no saben dialogar sino imponer, y que para no hacer daño necesitan el firme contrapeso de la desconfianza ciudadana.