La música es un recurso genial para enseñar historia. La pena es que esté marginada a la iniciativa particular de los docentes (cuando hay suerte) y prácticamente desacreditada entre los discentes. Una de las obras paradigmáticas para ilustrar de lo que hablo es la Obertura 1812 de Chaikovski. [Como prueba irrefutable de lo anterior puede escucharse el estrépito con el que los lectores han salido de aquí en estampida 😉 ]
La obra es terriblemente popular, son ese tipo de piezas que todo el mundo ha escuchado pero no sabe dónde, ni es capaz de ponerle título. Si utilizamos un indicador riguroso de popularidad debo agregar: Sí, ha aparecido en Los Simpson.
La obra narra un episodio presente en los libros de texto de historia universal y que se estudia con ilusión por parte de alumnos de todo el mundo: La invasión de Rusia por parte de Napoleón en 1812. En plan sucinto la cosa podría contarse así: A principios del verano de ese año Napoleón le pidió a su mujer: María Luisa, cariño, prepáreme un hatillo con ropa fresca que me voy a invadir todas las Rusias. Con seiscientos mil y pico de hombres y sin mucha resistencia al principio por parte de los ejércitos del Zar, se dio un paseo por las estepas camino de Moscú. Se cuenta que los Rusos le miraban pasar un poco con cara de «ya te esperamos a la vuelta, gabacho». Lo cierto es que la Grande Armée llega a Moscú y espera a que el Zar, según los cánones de la época, estuviese allí para firmar la capitulación. La cosa es que ni estaba, ni se le esperaba. La ciudad había sido desalojada y quemada a conciencia por los Rusos. «выжженной земли»1 . Con los fríos de Octubre y sin edificios donde dar calor a tanta gente, Napoleón se devuelve para Francia y en la retirada, entre el frío friísimo y un ejercito reconstruido, los rusos lo hacen picadillo. Sólo llegaron a París unos treinta mil soldados. Los Rusos recuerdan la gesta de resistencia y aniquilación de Napoleón como la Guerra Patriótica y aunque las cosas se cuenten habitualmente como un recuento de episodios distantes, aquello fue una sangría en ambos bandos.
Setenta años después y con motivo de la conmemoración de la gesta por parte de los Rusos, un amigo de Chaikovski le invita a que componga alguna cosita alusiva a la ocasión. Si hubiese existido el cine, esta podría se catalogada como la primera banda sonora de la historia, porque cumplía a rajatabla lo que hoy podríamos encontrar como los requisitos de cualquier director a su compositor de cabecera: Sé directo, que emocione, que la gente no tenga que pensar mucho, que sea ruidosa, con impacto y sobre todo… corta. Vamos, lo que le hubiesen dicho a Howard Shore de haber vivido en la época.
Lo cierto es que Piotr Ilich se empleó a fondo y en seis semanas tuvo lista una partitura que incluía campanas en directo de las iglesias de la ciudad y once cañonazos… ¡con cañones de verdad! Eso si, sin achicharse las neuronas: Para identificar las cargas francesas metía La Marsellesa y el contraataque Ruso con marchas militares y el Dios salve al Zar. Le quedó muy estimulante, aunque como hacen muchos músicos con sus Hits, él renegara al principio de ello.
Qué pasaría si contásemos la historia con música, sobre todo sabiendo lo poco que cautivamos a los jóvenes con la forma en la cuál la enseñamos hoy. Tratar de ponerle música alegórica a los episodios o simplemente aquélla que acompañara la época estudiada como representación del hecho cultural que mejor refleja la cotidianidad de sus protagonistas. Las gente sigue tarareando para apaciguarse los temores y celebrar sus trascendencias mientras la historia se hace sola.
Finalmente, lo que más me llamó la atención desde muchacho con respecto a la Obertura 1812 fue cómo, en una forma tan alejada de sus orígenes, transmutó su significado dentro de la cultura popular convirtiéndose, esencialmente, en un espectáculo sonoro. Lo recuerdo como si fuera antier: Noche de sábado a mediados de los ochenta en un pueblo recóndito y en medio de la Guerra Fría. En la tele echaban un espectáculo de fuegos artificiales en celebración del día de la independencia de los Estados Unidos de América y entonces… llegó el asombro: ¡¡¿Qué carajo hacen los gringos celebrando su día de la independencia con la obra de un compositor Ruso, que incluye el himno nacional francés y canta las hazañas del ejercito del enemigo?!!
Me imagino la escena con el productor del espectáculo. Buscadme una obra impactante pero cortita, que quiero poner una orquesta enorme, que haga mucho ruido y que me encaje con los fuegos artificiales del final. Todo sea por el Show Business.
Nota del Cartero:
Obviamente, los pormenores detrás de estas historias tienen mucha más miga y unas explicaciones más rigurosas y extensas que las intenciones de una nota ligera. Os invito a profundizar en ellas y a descubrirlas en detalle. El estilo con el que lo narro aquí está mas asociado al recuerdo de una emoción (que al de unos hechos) que no quería que fuera estropeada con más precisiones.
Grabaciones y representaciones hay muchas, pero una de ellas me llama la atención por voluntariosa: Señoras y Señores, con ustedes la Eastern Army Band, bajo la dirección del mayor SHIGA Tōru y la participación de la primera unidad de artillería de la Japan Ground Self-Defense Force. El momento cumbre aquí.
1.- Si no es pa’ mi, no es pa’ nadie. O tierra quemada en ruso.