Abrí el correo a primera hora de un martes y… mal empezamos, pensé. En la radio habían dicho por la mañana que nos preparásemos para una ola de calor, una de las gordas, con ese efecto pegajoso que sólo se consigue al caminar en pleno julio sobre el asfalto de Madrid. Para completar el dramatismo, aquella antigua empresa a donde me había llevado la fortuna me informaba que estaba apuntado a un sospechoso curso de formación «para el éxito» titulado: Finanzas para no financieros. Estábamos en el apogeo de los noventa, con Clinton y Mónica a la cabeza, la economía con viento a favor y las empresas con ganas de ser pretenciosas. Yo había pasado por situaciones similares con títulos como esos. Recordé en ese momento una asignatura con tufo despectivo de cuando hice la carrera, se llamaba Contabilidad para Ingenieros. También recuerdo ahora otra que, aunque no lo parecía, escondía mucho sarcasmo en el temario y respondía al nombre de Legislación y ética. Todas se impartía con ese aire compasivo de que quien cree estar civilizando al buen salvaje y haciéndolo por su bien, como si fueran el rey Leopoldo II de Bélgica.
Mira que no es cosa del otro mundo aprender a leer un Balance, una cuenta de resultados, saber lo que es el EBIT, el ratio de endeudamiento, etc. De hecho son cosas que los jóvenes deberían aprender en el bachillerato, de donde lamentablemente salen como analfabetas económicos y sin siquiera tener claro cosas tan básicas como el TAE; unas siglas con las que terminaran topándose irremediablemente en sus vidas. A pesar de aquel calor, asumí el curso con tranquilidad, porque el saber no ocupa lugar y siempre es algo positivo conocer algunos conceptos clave en el diálogo con gente que no habla tu idioma. Pero desde entonces me he quedado con la espinita… ¿Y por qué los managers no aprenden algunas cositas básicas de la naturaleza del software, por ejemplo? ¿Aunque sea por culturilla? Creo que eso ayudaría mucho a que todos fuésemos más felices, a mantener conversaciones racionales y sobre todo, a hacer más rentables a las empresas que dirigen. Muchas veces los ingenieros nos sentimos como turista con exiguo inglés en el metro Londres: que poco esfuerzo hace el anglicanos medio por entender al católico… es desesperante. Los managers sin formación técnica están convencidos de que no necesitan saber nada sobre tecnología, y cuando les intentas convencer, vuelven a sacar de la manga la exitosa gesta de Lou Gerstner, un vendedor de galletas que sacó a IBM del foso de los ocho mil millones de pérdidas en 1993 sin tener ni idea de lo que era un Byte.
Creo que todo llegará. Creo que hay un momento en el que la realidad empezará a pasar la factura de la ignorancia y que las nuevas generaciones de gestores empresariales se verán obligados a entender con respeto las consecuencias que para el negocio pueden tener decisiones basadas en el desprecio a lo que desconocen. Es probable que la excusa del «error informático» dejará de funcionar y no sirva en adelante para ocultar las responsabilidades de muchas vacaciones frustradas por reservas que se pierden o de cargos duplicados en las tarjetas de crédito. Espero también que se enseñe, en una hipotética asignatura de Historia de las tragedias tecnológicas, por ejemplo, que el Challenger o el Arian V no explotaron sin que hubiera, al menos, un incomprendido ingeniero desgañitándose por advertir que, en aquéllas condiciones, esos ingenios no debieron haber continuado, irresponsablemente, con el procedimiento de despegue, sin que nadie le hiciera ni… caso.
En fin. Lo que nos ahorraremos cuando en las escuelas de negocios también se enseñe algo de Computer science for managers.