Por estos días llevo debajo del brazo y con evidente demora la autobiografía del Doctor Sacks; ese gran escritor prestado a la neurología. Con un estilo crudo, transparente y poco condescendiente —algo escaso en este tipo de género—, mantiene la tradición de salpicar, no sin polémica, sus páginas con algunos casos clínicos que se fue encontrando durante su vida.
Me he topado con uno que me ha resultado revelador con respecto a la naturaleza humana (maximalista que amanecimos) y que os resumo brevemente:
Durante uno de sus primero trabajos, en una clínica especializada en cefaleas, vio a un paciente que sufría de migrañas todos los domingos. Como un reloj. Él era matemático, llevaba una vida normal, floreciente y creativa de lunes a miércoles, pero a partir de los jueves iba degenerando poco a poco hasta desembocar el domingo en una terrible migraña que afectaba demasiado su calidad de vida y la de su familia. El Doctor Sacks lo puso en tratamiento. Pasados unos días, le llamó para preguntarle qué tal le iba. El hombre le dijo que, en efecto, las migrañas habían remitido y no habían vuelto a aparecer, pero le estaba costando mucho lidiar con los efectos secundarios. Cuando el Doctor Sacks indaga sobre dichos efectos, el hombre se sincera y le dice sin rodeos: es que desde que no tengo migrañas, me aburro.
Somos una creación inmensa tu.