Casarse con un muerto de hambre no es un problema. Al menos en las primeas de cambio de una relación, cuando la dopamina hace extraordinariamente bien su labor y se está dispuesto a todo. El problema viene después, con el desamor, con la violencia inherente a toda separación. Incluso aquellas que se etiquetan con el eufemismo de «común acuerdo» y que alcanza visos tormentosos si, además, la mujer no tiene independencia económica y hay hijos de por medio. Si en ese momento el muerto de hambre lo sigue siendo, el trance para la mujer se asemeja más a quitarse un peso de encima. Algunos ni siquiera tienen la hombría de bien para afrontarlo y simplemente desaparecen —más difícil hoy en día—; mientras otros, atrapados por el valor potencial de su propia imagen futura, necesitan expiar sus culpas. De este último grupo me interesan, sobre todo, aquellos hombres que brillan por su intelecto, que han logrado ganarse la vida especialmente bien sólo con pensar; que han creado pequeñas o grandes revoluciones cada uno en su campo, pero que tienen en común la rara tendencia a pagar sus divorcios en especie.
A mí no me gusta meterme en la vida de nadie; ni siquiera para ejemplificar. Pero con los personajes públicos, que de alguna forma también han hecho pública su vida, digamos que podemos analizarlo bien documentados y desde una perspectiva que se aleja del simple morbo. En esta línea hay dos casos que destaco porque los protagonizan dos hombres desde dos fronteras distintas: Mario Vargas Llosa, desde la creación literaria y Albert Einstein desde la científica.
Cuando a los diecinueve años Vargas Llosa se casa con su tía política Julia Urquidi, ésta tenía diez años más que él. Fue, como registran los protagonistas en varias fuentes, un amor sincero, con oposición y vibrante. La tía Julia fue la mujer que ayudó a Mario a pasar el puente que separa el querer ser escritor de realmente llegar a serlo; la que ayudó a disciplinar su talento, la que estuvo con él cuando no tenía dónde caerse muerto y no había demostrado nada. Luego de publicar con éxito de crítica y ventas su primera novela, Mario sigue escribiendo y en medio de ello, se enamora de su prima Patricia, ocho años menor que él, y que se había ido a vivir con la pareja en el compacto apartamentico que tenían alquilado en París. Le pide el divorcio a una dolida Julia y al año siguiente se casa con su prima. Como compensación del acuerdo de divorcio, Mario le cede a Julia los derechos de por vida de La ciudad y los Perros, su primera novela; pero Julia tuvo más que problemas para cobrarlos como era debido y decidir sobre el devenir de la explotación de la novela. Las editoriales la ninguneaban y la cosa terminó siendo tan tortuosa, que acabó devolviéndoselos a Mario años después. Un proceso que obviamente tuvo más matices que los que la extensión de una nota como esta puede cubrir, como en el caso siguiente.
Tal vez sea el más conocido. El de físico teórico Albert Einstein y la matemática serbia Mileva Marić, su primera esposa. Más especial aún por la casi certeza de la omisión de las más que probable contribución de Mileva en los trabajos del científico. Mileva estuvo allí en el annus mirabilis de mil novecientos cinco y en todo el proceso anterior; crio a sus dos hijos arreglándoselas con los ingresos inestables de un doctorando y luego con el trabajo que su marido había conseguido en la oficina de patentes. Cuando Einstein ya es controvertidamente famoso y accede a trabajos más estables y mejor remunerados, la relación era prácticamente inexistente. A la postre, luego de diecisiete años de matrimonio le pide el divorcio para casarse con su prima Elsa, a su vez divorciada y con dos hijas. Mileva se negaba a darle el divorcio. Su situación no era sencilla. Eduard, su hijo menor, requería de cuidados especiales pues sufría de esquizofrenia. Einstein intenta varias aproximaciones, casi siempre por carta. Ofrece distintos acuerdos económicos, especialmente el compromiso de la pensión y los aportes para el fondo educativo de su hijo Hans Albert y los cuidados de Eduard, pero Mileva no se fiaba y no salía de un círculo de crisis nerviosas. Y es aquí entonces donde vuelve a salir el asunto del pago en especie. Einstein le ofrece a su mujer en el acuerdo de divorcio la totalidad de la dotación económica del premio Nobel, mucho dinero, incluso hoy. Un gesto que visto así, deja absolutamente claro el desprendimiento del científico y su buena fe. Salvo por un detallito: ¡Aún no había ganado el Nobel! Rizando el rizo de esta práctica, pagó con una promesa, pero como le decía por carta a Mileva, estaba más que seguro que algún día lo ganaría.
Mileva aceptó pulpo1 y salió bien… pero cuatro años después. Me imagino a la pobre pendiente de las noticias a principio de cada Octubre y el sobresalto que experimentaría cada vez que se lo ganaba otro. Pero en 1922 salió su número. Tapó unos huecos y se compró tres pisos en Zürich.
1.- Aceptamos pulpo.
Bibliografía de referencia:
a) La tía Julia y el escribidor. Mario Vargas Llosa. 1977.
b) Einstein: His Life and Universe. Walter Issacson. 2007.
c) Lo que Varguitas no dijo. Julia Urquidi. 1983.