Un día le escuché al neurocientífico y docente Francisco Mora, que el cerebro sólo aprende si existe emoción. Bueno, más precisamente, que la emoción activaba la atención necesaria para aprender. Si lo entendí bien, entonces os puedo asegurar que no hay nada menos emocionante en el mundo de la educación que la actual formación en línea.
Las primeras bicicletas tenían sillines que se asemejaban mucho a las monturas de los caballos, y los primeros automóviles no eran más que carruajes con motor. Así se desplaza habitualmente la innovación; reaprovechando todo lo que puede lo ya conocido, como una forma de transmitir sus intenciones y facilitar su adopción. El problema es que, a veces, esto es un error, y creo que la forma en que las empresas y universidades entienden la formación en línea es un ejemplo de ello.
Han pensado en que sólo se trataba de un cambio de canal, como ocurrió con el correo postal y el electrónico, pero la formación en línea debe ser muchísimo más. Si este tipo de formación (autoformación la mayoría de las veces) se entiende como leer en una pantalla lo mismo que leerías en un libro sobre las piernas, menudo desperdicio. Si además, le sumas gamificación tontuna e imágenes de gente sonriendo, junto a un test de control de vez en cuando, tienes la garantía de que el esfuerzo que deberías emplear en aprender se te va a ir absolutamente todo en intentar mantenerte despierto.
Me quejo: La formación “formal” en línea, apesta. Con perdón.