Hará unos cuarenta años el maestro José Luis Aranguren invitaba a los españoles a que adoptaran la frágil y naciente democracia como su nueva moral*. Apenas habían pasado unos días del fallido golpe de estado del veintitres de febrero de mil novecientos ochenta y uno, y era palpable que la gente ya estaba desencantada y más pendiente de las cosas de cada uno que de las de todos. Para entender el pragmatismo de lo que estaba pidiendo Aranguren habría que reflexionar un rato, aunque estuviese mal visto. Prometo no mirar, tómese su tiempo y piénselo.
En democracia, no hacer daño al prójimo al ejercer nuestra propia libertad es un concepto dificilísimo de asimilar, pero es el fundamento de la convivencia, el pequeñísimo gen que define la forma de ser juntos. Si muta, ya no hablamos de democracia.
¿Y si en un alarde de mininalismo adoptamos la mascarilla como nuestra nueva moral?
Daría para mucho. Al menos, sería una moral tangible, portatil, de quita y pon. Serías un demócrata de pro sin apenas darte cuenta.
*Nuestro compasivo DRAE tienen hasta nueve acepciones, consúltele y elija una.