Su despacho.
Me dirijo a ustedes en la oportunidad de improrarles lo siguiente:
Si os encontráis ante la imperiosa necesidad de “poneros al servicio de tal y cual cosa, y de defender los principios y tal, y las instituciones y tal y el legado de no se quien y esas lavativas que se sabe que defendéis*”; y que si producto de tamaña circunstancia os veis en la obligación moral de presional el dichoso botón… me da igual quién lo haga primero, os pido en nombre de los mortales y en el mío propio, que os lucáis. No dejéis sobre la faz de la tierra ni un colibrí. Por caridad, vaciad el arsenal y acabad con toda forma de vida sobre el planeta, aniquilad completamente al enemigo y también a los amigos que pasaban por allí, incluso a aquel que venía a preguntar por la dirección de una confitería.
Por favor, os lo pido. Que no valdrá la pena seguir viviendo entre un montón de sapiens mal mataos, gimiendo de dolor por la radicación gamma y pasando necesidad. Que no es plan destruir completamente, pero a medias. Y no os metáis en bunqueres ni esas mierdas. Si vais a apretar el botón, hacedlo mirando al mar.
Ahora bien, si no es el caso, si no estáis dispuestos de verdad-verdad a jugar al juego de suma cero de la Destrucción Mutua Asegurada del venerado Von Neuman… os recomiendo reunir a vuestra familia, mirarle a los ojos a cada uno y proponerles un fin de semana en la playa o la montaña (o de mantita en casa), con el doble propósito de relajaros y de dejarnos en soberana paz.
Confío en que Dios, todopoderoso, tomará nota de su garrafal error de diseño y en una eventual nueva versión (sic), dotará a todos los machos homo sapiens de las mismísimas dimensiones de pene, semejantes al milímetro, como forma infalible de evitar las guerras.
Sin más a qué hacer referencia, me despido con palabras de estima.
El cartero.
*Eterna gloria al maestro Nazoa.