Los miembros de la generación X de las naciones en desarrollo crecieron con un mantra: Estudia y esfuérzate, para que seas alguien en la vida. Para mí siempre fue una frase misteriosa. Estrictamente, yo ya era alguien, no era nadie, así que no sabía muy bien a qué se referían.
Es verdad que la versión más utilizada por los padres y la tribu en general era que si no estudiabas no llegarías a ser nadie en la vida (¡ay!, esa doble negación me mataba de pequeño). Con lo que las cosas se complicaban un poco más para el análisis.
Ciertamente, era más una amenaza, como las utilizadas para cuando no querías comer verduras o no te querías ir temprano a la cama. Pero puedo asegurar que mi madre estaba convencida de lo que estaba diciendo, insistía en que no quería que nos pasara lo mismo que a ella. Ergo, que ella no era nadie, cuando para mí era toda una heroína. Muy confuso todo.
Pedir explicaciones a los adultos de estos mantras solía complicarlo todo un poco más. Cada adulto tenía una versión distinta de lo que significaba ser alguien en la vida. Para algunos se resumía en no tener penurias económicas. Otros, un poco más crudos, me decían que ser alguien consistía en tener un carro, una casa y encontrar una buena mujer. A las chicas se les adoctrinaba en aquel mantra con una frase más específica: ¡Estudie carajo, para que no tenga que aguantarle vainas a un hombre! Obviamente, centrado en la independencia económica de la mujer.
Sin embargo, yo encontraba diversas contradicciones. Mucha gente que era alguien, en realidad no había estudiado nunca. Y otros que sí lo habían hecho me resultaban analfabetas funcionales con los que no se podía mantener una conversación mínimamente interesante. Y no inspiraban mucho para meterse en el negocio de ser alguien.
La cúspide y garantía de aquella promesa era la universidad. Que tus hijos fueran a la universidad, era un éxito personal para los padres y del cual se podía alardear. Y mucho más si se había convencido a la prole de que estudiara algo que tuviese “salida”; el utilitarismo de la empleabilidad. De hecho, gran parte de la paz social de aquellas sociedades se basaba en la fe en aquella promesa (viniera de un demócrata o de un dictador), aunque realmente se trababa de un grandísimo engaño.
Estudiar para ser alguien provenía de un diagnóstico errado, no ya de lo que significaba ser alguien, sino de lo que significaba estudiar.
Al final, como en muchas otras cosas de la vida, terminé construyendo una explicación por mi cuenta y haciéndola mía como aquellos dogmas de juventud, sin pretender que le sirva a nadie más. Un poco por fe.
Creo firmemente que sólo se estudia para ser feliz. Y de esta forma, mantener un estado de contentura prolongada que permita esquivar la presión de no haber llegado a pertenecer al club de los “alguienes”. Lo que pasa es que, paradójicamente, ser feliz requiere más esfuerzo intelectual que estudiar.