En plena sala, en la casa de mi bisabuela, había un cuadro ecuestre de Simón Bolívar. Bueno, técnicamente era un afiche, pero eso no importa. Personalmente nunca me resultó extraño, porque las imágenes de otras gentes famosas estaban repartidas por toda la vivienda: Una estatuita de José Gregorio Hernández en la entradita, una Santa Cena de Da Vinci mirando de reojo y haciendo guardia en el comedor, y alternativamente, la Virgen María o Jesús crucificado, en las partes posteriores de las puertas, o en las cabeceras de las camas.
Pero si que había un cuadro que me llamaba la atención. Estaba en un lateral de la sala. Era el de un hombre presumiblemente bajito, de nariz egocéntrica, pipa topográfica y unos lentes a lo Renny Otolina, que parecía que había nacidos con ellos. Las mujeres le llamaban Rómulo y los hombres Betancourt.
Lo que esa generación de venezolanos sentía por sus políticos, se me antoja lo más parecido al adulterio en un pueblo. Lo digo por el respeto colectivo que inspira esta institución. Todos esos políticos provocaban una admiración ganada a pulso. Rafael Caldera, Jóvito Villalba y Gustavo Machado entre otros, habían trajinado durante años, en la clandestinidad o el exilio, para instaurar la democracia en Venezuela y aunque lo que vino después fue otra historia, esa relación especial que mantenían con el pueblo, definitivamente posibilitó en gran parte el logro de sus objetivos.
Conversando con la gente de esa generación, he descubierto que las cualidades admiradas, – si bien las realidades eran otras – estaban centradas en la inteligencia, la astucia, la honradez y la preparación para ejercer la política. No recuerdo que nadie haya hecho referencia a su garra o cualidad vengadora, si bien es cierto que las circunstancias lo hubiesen justificado.
Parecía una responsabilidad ciudadana, eso de elegir a un buen hombre, educado, correcto y probo, aunque ya sabemos, se relajó groseramente con el paso de los años.
Eran relaciones de simpatías también. Al no cargar con ningún lastre de gobierno, el tender por uno o por otro político, era una cosa más de feeling, que de ideales. Ante la falta de datos sobre su capacidad de gestión, el venezolano elegía como por intuición, y poniéndoles colores distintivos, como herencia caribe del periodo federal.
¿Existe esa intuición colectiva? Sé que corro el riesgo de perderme en la subjetividad, pero intuyo que sí. Lo que pasa es que sólo parece aflorar en los momentos decisivos, en los puntos de inflexión, en ocasiones estelares, en las cuales las sociedades necesitan aclararse un poco los pensamientos, estirar las piernas, y preguntarse por donde seguir.
Escasos ya de políticos políglotas, gente sin rabo de paja y sobre todo, faltos de bisabuelos sabios, hoy mi país está pasando por una de esas jornadas que templan el carácter. Me aferro a su intuición colectiva y a los ángeles y a los Santos. Lo que diga la mayoría, es lo que vale.
Vox populi, vox Dei.
Ojalá que el encontrar el rumbo para nuestro pais, pase sin más pérdidas de vida
Eso también pasa por el reconocimiento de la responsabilidad social de quien auspicia el uso de la violencia en lugar de la conversación. Venga del discurso de un político o del conductor de un programa de televisión.
Que vaina. Yo siempre vi a mis mayores dirimir sus diferencias echándose unas cervecitas. Cuando pequeño, cada vez que peleaba en el colegio, nos amarraban con un mecate, cara con cara, hasta que por fuerza resolvíamos el problema en pos del beneficio común.
¿Que fue lo que se dejó de enseñar?
Solo pasaba por aqui a conocer…me parecio muy interesante tu blog. Saludos
Pues muchas y gracias. Siéntete siempre bienvenida
Indignada con lo sucedido en Venezuela.
No estoy de humor para agregar nada más… por ahora
Un abrazo
A punto de cambiar mi nombre, por NEMESIS que es lo que me pide el cuerpo.
Palas Atenea
A riesgo de recibir las iras de los «bolivarianos» de donde sea: Siempre he creido que más allá del manoseado «Moral y Luces» que se atribuye al tan mentado Bolívar, el tipo en cuestión no es digno de emulaciòn como – a mi juicio – lo es Gandhi ( mismos resultados, sin sembrar odio ni violencia)
Veamos: Alguien que reniega de sus raíces ( Bolívar o Bolíbar es de origen vasco-navarro) y encima le lanza un Decreto de Guerra a Muerte, muy elevado no es, creo….
Así que simplificando la historia, parece que en el lenguaje de este «prócer» (??) la moral se obtiene a sablazos, bombazos y tiros, y me imagino que en ese contexto las «luces» deben ser de bengala, para celebrar la hazaña de haber lavado con sangre la afrenta de haber heredado unos genes por cuya causa el tipo en cuestiòn no rebasaba el metro 50…. Lo cual imagino también ha debido ser muy afrentoso, considerando que los vascos suelen ser más bien forniditos y bien hechos.
Con extrema sinceridad,
Palas Atenea