Las únicas palabras que conozco en ruso están relacionadas con el espacio. Todas bonitas: Soyuz (unión), Mir (paz), Voskhod (amanecer), Progress (progreso). Ellas siempre han entrado en contradicción con un recuerdo infantil, en el que un cura nos contaba que allá se comían a los niños, y que cualquier simpatía con el comunismo era pecado mortal. Así que la masacre de antenoche fue para mí, como si aquella contradicción surrealista hubiese cobrado vida.
Los niños son las víctimas inequívocamente inocentes de los conflictos, penurias y guerras que como viejos volcanes en activo, se diseminan por el planeta. Y la mayoría de las veces, sus verdugos ni se toman la molestia de secuestrarlos. Los niños caen por bojotes, todos los días. Desde las poco mediáticas guerras africanas, pasando por el cotidiano oriente medio, hasta los prostíbulos asiáticos o las calles latinoamericanas. Pero ya se sabe, como son niños, su escasa estatura hace que las cámaras no los puedan ver, como asociando aquí también lo pequeño con lo poco importante.
Pero lo que más inquieta, es que horrores como éstos también se olvidarán. Que en efecto son daños colaterales de conflictos inolvidables. Vamos, que son números simplemente y que según leía en la prensa por estos días, para el promedio de la población rusa, el balance era positivo, porque la cantidad de rescatados con vida superaba a los rescatados con muerte. Y para el resto de occidente, pues nada: La memoria colectiva, de la que tantas veces he hablado aquí, es lo más parecido a la memoria de los peces.
Disculpen ustedes, pero antes de comenzar a escribir el mes, necesitaba sacar algo de la tristeza contenida.
A riesgo de parecer simplista, no dejo de pensar qué clase de protesta es la de los chechenos, musulmanes, o pro-lo-que-sea, que incluye como «valerosa» estrategia para sus propósitos, el uso de la violencia sobre los más débiles.
Si la violencia es el arma de los que no tienen razón, bien podríamos añadir que el uso de la fuerza bruta y el sometimiento de los inocentes es el arma de los que no tienen ni razón, ni cerebro, ni corazón. En suma: De los que han perdido hace rato su condiciòn humana y aún no se han dado cuenta.
Un abrazo de tristeza compartida.
Palas
Realmente he coincidir con los dos sin más que agregar a sus conclusiones.
Tristemente sin comentarios 🙁