Le despidieron un lunes a las once y cinco de la mañana, justo un día después de cumplir cuarenta años y de reintegrase al trabajo luego de unas muy esperadas y felices vacaciones familiares. Era ese tipo de coincidencia a la que los guionistas recurren sin pudor cuando una historia se les está quedando sosa, y que sólo resulta verosímil si la protagoniza Will Smith.
Por esos días Antonio se aprendió de memoria la irregularidades que aportaba el gotelé al techo de su habituación y desarrolló la habilidad de andar a oscuras por la casa luego de semanas de práctica como forma de combatir el insomnio. Lo que lamenta Antonio, es que los políticos de su país, sin excepción, estén muy por debajo de la altura de su tragedia y sigan discurriendo como si aquí no hubiese ni un alma en paro.
Tal vez el problema sea que elegimos a gente extraña, y sabrá Dios a cuento de qué: Gente que da la impresión de ir por la vida sin tener la más mínima idea de a qué huele la mierda ajena.