Había una vez una reino gobernado por Numa; un anciano rey que luego de muchos intentos había dado con el secreto para mantener a sus súbditos en mansedad: darles pan y circo. Con esa fórmula había logrado permanecer muchos años en el poder, especialmente porque incentivaba la inapetencia política del pueblo para cuestionarle. Numa tenía un hijo llamado Pompilio. Éste se tomaba muy en serio su preparación como futuro gobernante y le hacía muchas preguntas a su padre. Una de las más reiterativas era acerca de su fórmula de gobierno. Padre —solía preguntarle— y por qué tiene que ser Pan y Circo, por qué no Pan o Circo. Su padre le reprimía con paciencia… Querido hijo, si sólo tienes que aprender una cosa para gobernar, apréndete ésta, o son las dos cosas o no es ninguna. Pero la respuesta no terminaba de convencer al joven Pompilio.
Cuando su padre murió, Pompilio siguió por unos meses con la fórmula de Numa, pero quería conocer si era posible gobernar con Pan o Circo. Para ello buscó por todo el mundo y terminó contratado como Asesor al fundador y presidente del Circus oriented government initiative, un movimiento muy en boga en los reinos del sur. Con el sabio consejo de El Asesor Pompilio realizó el primer paso, y dotó a todos los súbditos de un mágico artilugio que les permitía participar en la política desde la comodidad de sus casas. Por medio de este artilugio Pompilio les contaban sus cosas y el pueblo de forma masiva les contaba las suyas y daba sus opiniones. Con esta medida Pompilio se volvió tan popular como su padre, pero era sólo el primer paso. Cuando el pueblo se había hecho a la idea y utilizaba el artilugio para más cosas que para la política, El Asesor le dijo a Pompilio que era hora de quitar el Pan. Pompilio dudó un poco, pero estaba tan obsesionado con la idea que tomó el riesgo. Una mañana el Pan desapareció. El pueblo no salió a la calle como pudo haber hecho con Numa, sino que comenzó a clamar a través del mágico artilugio: ¡Hambre, tenemos hambre! Ésta era con diferencia la frase más escrita y de la que todo el mundo se hacía eco. El Asesor le prohibió a Pompilio responder, mientras el pueblo enardecido escribía más y más frases que aducía a sus penurias. ¡Hambre, tenemos hambre!, ¡No hay Comida!, ¡No tenemos que llevarnos a boca! Cuando el reino estuvo a punto del colapso, El Asesor dictó a Pompilio lo que tenía que responder y él escribió: Querido Pueblo mío, no creáis en rumores, Pan hay.
La reacción del pueblo fue masiva. ¡Pompilio Ciego!, ¡Desgraciado!, ¡Malnacido!, ¡Hambreador! fueron los mensajes más escritos, mientras los de ¡Hambre, tenemos hambre! y similares iban siendo minoría. El descontento era mayúsculo. Unos días después, Pompilio volvió a escribir: Querido pueblo mío, debéis moderar vuestros hábitos alimenticios, menos gula, porque Pan hay. A lo que el pueblo respondió: ¡Pompilio Maldito!, ¡Animal!, ¡Desgraciado! Otro día Pompilio nombró ministro de justicia a un Pastor Alemán y lo anunció por el artilugio, a lo que el pueblo respondió: ¡Pompilio Loco!, y comenzaron también a circular chistes sobre las primeras medidas del nuevo ministro con las que el pueblo se rio mucho y que terminaron por opacar aquellos lejanos mensajes en los que el pueblo denunciaba la falta de Pan. A la semana siguiente Pompilio, siguiendo los consejos de El Asesor, se buscó una amante muy fea; ¡Pompilio Ciego!, ¡innoble!, ¡enjendro! le escribía el pueblo. Y vengan chistes sobre la amante de Pompilio y las imaginadas intimidades de la pareja En víspera del día del reino, Pompilio anunció la prohibición en todo el territorio de saludar con la mano derecha, de caminar hacia atrás por las aceras estrechas y la obligación de ayunar los días de fiesta. La gente comentaba la tontería de las medidas desde la comodidad de sus casas, despotricaba de Pompilio, pero permanecía mansa a pesar del hambre. Otros incluso, recurriendo al patriotismo, comenzaron a proponer mejoras a Pompilio, como ampliar los días de fiesta para combatir el hambre ficticia o prohibir también caminar de lado por las aceras con el objetivo de evitar aglomeraciones.
Pronto Pompilio pudo comprobar cómo su intuición se convertía en una idea factible y ampliamente imitada por otros reinos. Gobernó muchos años a un pueblo manso simplemente con el recurso del Circo. Cuando años después su hijo Tulio le preguntaba, Padre, y por qué tiene que ser circo, por qué no sólo pan. Su padre le reprimía con paciencia… Querido hijo, si sólo tienes que aprender una cosa para gobernar, apréndete ésta, o es sólo circo o no es ninguna.