La verdad, tengo debilidad por los clásicos. Suena a frase de carajito repelente, lo sé, por eso solo la suelto en la intimidad. Creo que sin recurrir a ellos, mucho de lo que aprendes lo aprendes a medias. Me perece que contarle a un chaval las Leyes de Newton sin dedicar un rato a contarle quién fue Newton y cómo era su tiempo es una barbaridad, una falta de respeto. Sin embargo, hay una ingente cantidad de conocimiento del que sacamos provecho a diario y que no lleva el nombre de nadie, que tiene un aire anónimo y que se supone apareció de la nada. Esto ocurre especialmente en las tecnologías más recientes donde da la impresión de que la acumulación de saber no existiera y que cada nueva disrupción es puro arte de magia. En esos lares, los que se forman sin la mas mínima curiosidad por el pasado se hacen llamar expertos.
En las Ciencias de la Computación mi clásico favorito es Frederick Phillips Brooks, Premio Turing 1999. Bajo su dirección estuvieron varios proyectos a finales de los sesenta que revolucionaron la industria de la informática. Me pongo tremendista: creo que casi no hay información en el mundo que no haya sido procesada original o derivativamente por algunos de las piezas de software realizadas bajo su dirección.
Luego del berenjenal de la dirección proyectos de software se dedicó a escribir sobre un aspecto que, aunque no tienen una definición oficial, yo califico de Filosofía del Software. Su clásico The Mythical Man-Month es una prueba de ello: Aborda una supuesta perogrullada a la que más de cuarenta años después nadie le hace caso en la industria del software: «…adding manpower to a late software project makes it later».
En su más reciente libro —que muchos califican desde la vorágine del pragmatismo de profundamente aburrido— aborda un aspecto igualmente descuidado en el día a día: The Design of Design: Essays from a Computer Scientist. Una forma de insidir sobre una confusión fundacional que lleva a que en este negocio no se hace ni se valora el diseño sino que todo se hace a partir de la simple y rústica definición. Esta situación deriva, entre otras cosas, en la proliferación de la horrorosa figura del experto profesional, alguien que opina más que define, pero que en ningún caso diseña; que habla pero no se moja. Ese personaje que se cuela con demasiada frecuencia como el oráculo inaccesible al error.
…the amateur makes lot of little mistakes, experts makes big mistakes. Professionals, when they goof, do it in a big way -making bridges that collapse during construction, houses with no stairs between stories, computers that radically waste memory band-with, programming languages that are to rich to be learned…
Lo peor del asunto, es que Brooks en esta cita se refiere a los profesionales de verdad, a los que creen saber humildemente lo que están haciendo y le pegan un puñetazo a quien ose llamarles expertos o gurús. Así las cosas, imaginad lo que queda para raspar la olla de una industria que, a pesar de todo, sigue moviendo galaxómicas cantidades de dinero a punta de cometer grandes errores.
Paradoja.
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