La Gran Depresión o Depresión Larga que asoló a Europa a finales del XIX empujó a la señora Rossi a emigrar de su Génova natal. Su marido, el doctor Pietro Rossi, siempre me pareció un pusilánime. No sólo mandó a su mujer allende los mares a buscarse la vida para mandar dinero a casa, sino que cuando se quedó sin noticias de ella, mandó también a su hijo Marco a buscarla. ¡Habrase visto! Muy médico de los pobres sería, pero esas cosas no se hacen. Durante cincuenta y dos episodios el pobre muchacho mantuvo en un puño nuestros frágiles corazones infantiles, hasta que llega el final feliz. No recuerdo cuantas veces llegué a ver Marco en sus habituales emisiones veraniegas durante los ochentas, pero sí cómo iba descubriendo su lenguaje.
La forma de contar Marco fue toda una declaración de intenciones. No era simple Anime. Aquello era otra cosa. La puesta en escena, el movimiento de la cámara y la intencionalidad de los movimientos estaba planteada con una transparencia tal que hacía entender vívidamente el sentir de los personajes. Pero con sutiliza, sin que fuésemos conscientes. Creo que junto a Heidi, Marco representó el ejercicio de creación de estilo que permitió el surgimiento de dos portentos: Isao Takahata y Hayao Miyazaki. Ambos trabajaron en éstas series como director y responsable de escenografía respectivamente en los años setenta del siglo pasado. Años después, Isao Takahata crearía la joya que es La tumba de las Luciérnagas y no muy allá, el genio de Hayao Miyazaki, moldearía la laureada El viaje de Chihiro.
Sin embargo, yo seguía preguntándome en mi mente infantil, por qué la mamá de marco se había ido a Argentina y no a Venezuela. Una duda infantil, y por demás natural, en el contexto de la propaganda patriótica a la que estábamos sometidos. Pero la explicación estaba en los números.
A finales del siglo XIX y principios del XX, Argentina tuvo un crecimiento medio del 10% del PIB. Su nivel de vida era prometedor incluso para las clases obreras, estaba más urbanizada que muchas ciudades europeas y su fuerza exportadora no tenía parangón en el mundo. Simplemente, era una potencia. Estaban tan ávidos de gente, que incluso subsidiaban los billetes de los inmigrante y garantizaban el alojamiento durante los primeros días. La señora Rossi tuvo que haberse aprovechado de todo aquello y seguramente pasó alguna que otra noche en el hoy monumento nacional Hotel de Inmigrantes del puerto de Buenos Aires.
Dadas las condiciones, qué carrizo iba a buscar la señora Rossi en un paisito pobre del sur del Caribe.