Hay sensaciones de extrañeza aprendidas en la infancia que se quedan para toda la vida. En mi caso hay una que pervive con fuerza y está relacionada con las madrugadas. Normalmente las madrugadas son invisibles, pero en ocasiones, te encuentras en esas horas atípicas en sitios no acostumbrados; como cuando tienes que tomar un vuelo a primera hora o tener que permanecer en una terminal de autobuses esperando a que amanezca.
Alguna vez al año mamá nos mandaba a acostarnos más temprano de lo habitual porque al día siguiente saldríamos de viaje. Un viaje de normal corto, de ida por vuelta para comprar mercancía en la frontera, pero que para aprovechar al máximo solíamos iniciar muy temprano. Recuerdo que en medio del sueño, vivía aquella experiencia con el afán de descubrimiento de seres extraordinarios, como aquel señor que vendía café en termos de medio metro, con tapón de corcho y estampados irlandeses; y otros pequeñitos que ofrecían empanadas de queso en neveritas de anime1. Yo pensaba en que apenas eran las cuatro de la madrugada y que para venderlas aún calientes, probablemente no habrían dormido, y que eso de freír empanadas sin dormir era muy peligroso.
También estaban los choferes, que definitivamente eran seres de otro mundo. Con movimientos lentos y embolsillados daban vueltas a su vehículo como velando armas; y hablaban entre ellos para reconstruirse el parte meteorológico del día anterior, advertirse los daños en la carretera y relatarse sin dramatismo los horrendos accidentes que habían presenciado. Yo les escuchaba muy atento. Eran maestros no reconocidos de la narración y me mantenían en vilo hasta el último momento. Revoloteaban igualmente por allí una cuadrilla de porteadores que ofrecían sus servicios de supuesta poca cualificación, pero que al verlos hacer equilibrios con los sacos de azúcar y café, se ganaban el rango de superhéroes en mi imaginación.
Y entonces, pasaba lo de siempre. De repente, aquel silencio de contemplación se rompía abruptamente, como si todos los que querían ir a la frontera a comprar barato aparecieran de debajo de las piedras a la vez e inundaran de bullicio el encanto de la madrugada. Es curioso cómo esa misma sensación puede reproducirse casi en cualquier parte del mundo con personajes muy parecidos, lo que me lleva a pensar que las madrugadas se parecen entre ellas sospechosamente. ¿No será que estos seres mágicos van saltando entre los husos horarios y son los mismos actores haciendo distintos papeles? Todo muy raro, la verdad. Pero el piloto que veo desde la ventanilla del avión inspeccionando las alas y el tren de aterrizaje con una linterna, lo hace como velando armas; con los mismos movimientos lentos y embolsillados de aquellos choferes de mi infancia.
Magia.
1.- Poliestireno expandido. Poliexpan en España.