Debe ser muy raro eso de estar emparejado emocionalmente con alguien que no habla tu misma lengua materna. Aquí, en la sala, esperan turno una joven pareja compuesta por una chica asiática con unos impresionantes ojos de cómic y un hípster español con sobrepeso. Porta él, además, una curiosa cabeza con forma de triángulo inverso.
Hablan en un mutuamente deficiente inglés. Yo no sé inglés, pero no me suena como el de las películas, así que bueno no debe ser. Ella le dice cosas. Un montón. Él contesta a esas cosas que parece no entender con monosílabos en español y mirando al infinito, como si le faltaran horas de sueño. Me da que ella tampoco está muy segura de lo que él le dice. Pero allí siguen. Se cogen de la mano y todo.
Al lado, una pareja de ancianos de movimientos lentos pero seguros. Españoles de origen. Él la llama niña, ella lo trata de tu. Ella le dice cosas. Un montón. Él contesta a esas cosas que parece no entender con monosílabos en español y mirando al infinito, como si le faltaran horas de sueño. Me da que ella tampoco está muy segura de lo que él le dice. Pero allí siguen. Se cogen de la mano y todo.
Sorprende que hayamos superpoblado el planeta.