De entre los géneros impúdicos en peligros de extinción el que más entrañable me resulta es el de la pornografía rural. Sorprende ver cómo unas rústicas revistas en formato de bolsillo, ramplonas, de vocación fugitiva y con rubias extranjeras de aspecto acamaronado en la portada, siguen prestando un “servicio” – distorsionado, pero sin muchas alternativas – en el ámbito rural.
El “despertar a la sexualidad” (curiosa expresión con la el cura de mi pueblo se refería a los calentones de la adolescencia) aún se lleva a cabo en muchas zonas rurales del tercer mundo de forma desasistida, desamparada y auspiciada casi en exclusiva por la pornografía. A pesar de los riesgos que esta realidad eventualmente aporta a la conducta sexual de los jóvenes, hay otros aspectos que pueden ser analizados, al menos, desde su perspectiva anecdótica.
La primera revista-mala que cayó en mis manos tenía nombre código: Manual de Folklore. Era inevitable que llegara a mis ojos, porque cursé el bachillerato con cupo para foráneos, sólo disponibles en las secciones de repitientes que, por alguna extraña razón, se sentían en la obligación de “abrirme los ojos”. Me dispensará hoy querido lector, abusaré de las comillas porque soy de pueblo y aún me da un poco de pudor llamar a las cosas por su nombre.
Además del agravio comparativo “dimensional”, lo que más me llamó la atención fue que las fotografías en las revistas porno eran un recurso escaso y tenían que ser explotadas al máximo. Por esta razón, solían estar acompañadas de abundante texto e imaginación, al punto que entre distintas entregas, los redactores podían inventar historias completamente diferentes para los mismos protagonistas. Esto daba lugar a que el mismo desconocido llamado Freddy fuera en una entrega fontanero y en otra, un lujurioso profesor de matemáticas.
Pero el ejercicio verdaderamente interesante venía después (como me está costando no hacer que todo lo que escriba tenga un doble sentido). Me refiero al ejercicio de hacer honor a la tradición oral (de contar las historias, quiero decir) y ejercer de cuenta cuentos para tus amigos. Como soy realmente malo en el uso de la palabra, esta labor era casi siempre llevada a cabo por otro amigo con una capacidad especial para la interpretación, que a la postre se graduó con honores de Licenciado en Teología en el seminario.
Contar las historias porno de las revistas tenía dos variantes: En la primera, las contabas con apoyo fotográfico y la función de narrador se limitaba a leer las historias en las revistas e ir mostrando las fotos al grupo que se reunía alrededor. Aunque pueda parecer sencillo, era un poco complejo, porque los diálogos eran torpes, repetitivos y desestimulantes. Vamos, que leer un ¡uy! ¡ay! ¡umm! resultaba algo antinatural. La otra variante, en la que no había revistas pero se inventaban las historias basadas en las mismas, sí que se llegaba al paroxismo de la capacidad narrativa. Si bien la mayoría de las veces eran mentiras que todos nos creíamos sobre mujeres irreales, da igual que se tratase de rubias obscenas o alguna prima anónima de la capital (se conoce que las primas anónimas de la capital tenían fama de liberales), la tensión hormonal nunca estaba ausente. Del tipo de tensión que en otras variantes y en dosis más armónicas nos mantienen atados a una novela de intriga o a una buena película de suspenso.
Es ese aspecto entrañable de la pornografía rural al que hacía referencia. Su propia naturaleza escasa evitaba la tendencia al abuso y a la insensibilización precoz propia de éstos días, a la vez que ejercitaba uno de los componentes de la sexualidad más importantes: La imaginación.
Creo que hasta eso se ha perdido hoy día, con el acceso de los niños a Internet, donde pueden ver / oir cualquier atrocidad disfrazada de sexo.
Un abrazo,
Palas A.
Hola Querida Palas.
Antes que nada, que sepas que interpreto esa despedida formal de «Un abrazo,» como un acto de frialdad. Si me has acostumbrado a las despedidas temáticas, no me quites eso así de sopetón. Y mucho menos en un día tan especial como hoy. (hoy cuando lo leo, quiero decir.)
Ahora si. Respuesta a tu comentario:
Ná, que me resulta curioso descubrir como el origen de muchas de mis nostas coinciden con tus comentarios. Justo cuando lo publiqué, una curiosa lectora me preguntó sobre el origen de la nota, a lo que respondí:
Fue cuando viajé hace poco de Valencia a Coro. El carro
donde uno va, hace una parada de descanso en una estación de servicio
que está en medio de una zona rural – agrícula y pecuaria. Esta estación
es bastante pintoresca, porque tiene una tienda que tanto sirve comida,
como vende insumos para el la gente del sector. Puedes encontrar
sombreros, herramientas agrícolas, cuatros, chinchorros, números de lotería, desodorantes, pan dulce,
cassettes de música, cuchillos, machetes y… revistas porno.
Me llamó la atención que éstas aún sobrevivieran, porque incluso en el
campo se tiene acceso al vídeo o a los dvds. Me hizo reflexionar sobre
ello, y cómo era posible que existiera un mercado para ellas. En medio
de la reflexión recordé que eran exáctamente iguales a las que vi cuando
era un adolescente. (también crecí en una zona influenciada por el
sector ganadero, no en campo-campo pero similar.)
Y de allí a la conclusión final: que aquéllas, comparadas con lo que un adolescente
podía encontrar hoy en internet, eran folletos de ingenuidad.
Pensé en ese título para la nota, pero no era contundente.
Eso
Besos.
Pues nada… sólo pasaba por aquí como de costumbre, para leer mi notita semanal, pero ya ve usted, mi querido amigo: A mí también me mal acostumbraron y ahora vengo y encuentro que el blog está en un estado de orfandad semi asistida; que a lo mejor ya la Cristina parió y una aquí sin enterarse; o su marido se defenestró en una de esas limpiezas de ventanas y no hubo obituarios ni nada.
Pero como el ser humano necesita cerrar significados (Gestalt dixit) y yo extraterreste no soy, también pudiere ser que el autor esté celebrando su recién adquirida paternidad colectiva, motivo por el cual la euforia del alumbramiento no le ha cedido el ratito requerido para escribir: No todos los días se echan al mundo princesas, no?
De paso: Que alquien me explique sin usar como excusa al inconsciente colectivo (que por definición no puede ser otra cosa) cómo en pleno siglo XXI aún hacemos vigilia por un parto ajeno como si fuera propio. ¿Falta de metas propias? ¿La ilusiòn de vivir la vida de otros aunque sea de lejitos?
En fin! Recibe como siempre mi abrazo, esta vez acompañado de una mirada de expectación como la del niño tras el vidrio de la pastelería… esperando algo.
Palas A.
Hola Querida Palas.
Autor es el que autúa ¿no? es que eso que me trates con esa distancia no sé yo. Yo soy cartero, no aspiro a más.
No es que estuviera celebrando, aunque es un nacimiento de estado… que digo, es un nacimiento contemplado en la constituación y con repercusión constitucional. Que te puedo decir, me parece una niña muy bonita. Pero vamos, aunque me gustan muchos los niños la cosa no es como para que eviten que escriba. (bueno, hasta que tenga los míos propios, claro está.)
La respuesta a tu pregunta creo que es la misa que dé hace unos días, a propósito de mi nota sobre Alonso:
Me he preguntado muchas veces de dónde viene esa rara necesidad de admirar a otros o de ser un entusiasta seguidor de los triunfos (y derrotas) ajenas. La respuesta que más me convence es que es un medio de la propia naturaleza para ejercitar emociones y experimentar, a través de unos cuantos elegidos, la euforia o la decepción en magnitudes usualmente vetadas para la mayoría.
Un besito Palas
PD: ¿Cómo va parir Cristina si apena está su pareja con los síntomas? ¡Por Dios!