Mi madre tenía un mantra: el mundo da muchas vueltas. Es por eso que creo que a los niños se les debe dotar de algún tipo de asidero al cuál sujetarse cuando, de adultos, esas vueltas que el mundo da se tornen especialmente ariscas e incontrolables.
Como ingenuo congénito, creo que la poesía memorizada de pequeños funciona tan bien como los buenos modales para ayudarte de mayor a recomponer el mundo, a reactivar la imaginación y a fabricar un andamiaje emocional que te permita salir de las vicisitudes. También sirve para crear un fuerte lazo emocional con las partes buenas del pasado, independientemente de lo que elijas hacer o ser de mayor.
Encuentro la poesía especialmente útil para los niños del siglo digital, a los que se les está negando la posibilidad de imaginar por sí mismos y a los que se les entrega masticada toda la fantasía. La buena poesía —y la infantil con diferencia—, es tan compacta, completa y sugerente que es lo más parecido a darle a un niño pequeño una caja de cartón en la que quepa.
Hágalo sin miedo. Por memorizar y descubrir el sentido de un poema, la descendencia no le va a salir de letras.