A veces la vida te da oportunidades tan extraordinarias que resultan sospechosas. Y hablo de primera mano, porque una de esas me ha tocado a mí. Por estos días acabo de concluir seis meses excepcionales de retiro sabático en la hermosa ribera del río Höφp, que hace de frontera natural a los cantones nororientales de Opğh y el muy conocido de Câtźp. Una tierra de gente tan pragmática como culta de la que bien haríamos en aprender de su particular estilo de vida fraguado durante siglos de ir contracorriente.
Desde la Paz de Westfalia no han hecho otra cosa que cultivarse, perfectamente auspiciados por la convicción de que esta vida es muy corta como para dejarla pasar sin más.
En su día a día no se diferencian de un occidental medio, su gran distinción radica en un complejo andamiaje de hábitos privados pero colectivos de los que nadie habla pero que todos comparten.
Os contaré de ellos a medida que ordene mis notas, sabéis que soy un declarado desastre para llevarlas, y aún encuentro algunas en los reversos de los tickets del metro.
En la siguente comenzaré con el último de los hábitos de los que tuve noticia: Todo el mundo en Höφp tiene un amante secreto.