Escribir a mano se ha vuelto un anacronismo. Normal, la gente tampoco cree ya en la magia. Hace unos días, se encontraba este servidor realizando el análisis a mano alzada de un problema. Vamos, con lápiz y papel para aclararme el entendimiento. No es nada del otro mundo, es algo que hasta recomendaba, circunspecto como era él, el finado Señor Miyagi, en Kárate Kid: Cuando estés desguañingado, vuelve al origen, decía. Bueno, estaba yo haciendo mi análisis, cuando de repente, husmeando sigilosamente se me acercó un pseudo-sofisticado manager con cara de turista primermundista visitando Calcuta. ¡Haces eso a mano! (alargando las vocales para enfatizar asombro) ¿Por qué no usas el ordenador?
¡Ave María Purísima!, pensé. Yo no tengo nada en contra de escribir en un ordenador, lo hago todo el tiempo, pero también soy de la opinión que el descubrimiento de la verdad, la presencia divina, la revelación sorprendente, sólo surge, nace y aparece de la fricción del grafito o del esferógrafo con el papel. Pasé cuatro años de mi vida realizando planas de caligrafía, porque en mi época, sin tener “buena letra”, no podías hacer la primera comunión. Por eso me resultó triste que escribir a mano sea ahora causante de mala reputación.
Escribir a mano es para mi un acto de reafirmación. Si no fuese a mano, anotar el teléfono de la chica que te hace tilín no sería una manifestación de interés afectivo, sino un mero trámite administrativo. Si los teclados monopolizaran la expresión escrita, se extinguirían los garabatos, las a no tendrían rabitos, y la presión de los trazos ya no serviría para descubrir la tensión del momento.
Tampoco se podrían leer con melancolía las cartas de los amores imposibles de la adolescencia. Porque con el tiempo la memoria se atrofia, y para evocar se ayuda poniéndole rostro a los trazos ortopédicos e imberbes de unas cartas plagadas de “palabras de amor sencillas y tiernas.” . La escritura a mano, es un retrato sin rostro en el que resultamos claramente reconocibles para casi todos lo que nos han leído alguna vez.
Pero los que más deberían preocuparse si la escritura a mano entra en desuso son, sin lugar a duda, los farmacéuticos. Porque a juzgar por una viejita de mí pueblo, estos señores tenían mucho mérito, por pasarse cinco años en una universidad sólo para aprender a descifrar la letra de los médicos (o facultos como les solía llamar).