No llevar siempre los zapatos limpios podría ser el origen de algunos problemas sociales. Durante la educación primaria y secundaria, estuve expuesto a dos reprimendas básicas: Una por llevar la camisa por fuera del pantalón y otra por no mantener los zapatos limpios.
En la primaria, de orientación religiosa, la cosa tenía tintes castrenses. Pasaban revista todas las mañanas antes de entrar a la primera clase. Ya en secundaría funcionaba como un mecanismo de control ante las continuas afrentas de la adolescencia. Cualquier profesor podía interceptarte en el pasillo para exigirte acicalar tu apariencia, incluso tenía potestad para no dejarte entrar a su clase si no llevabas los zapatos limpios. Viéndolo bien, también era un poco castrense.
Pero todo esto no era más que una extensión de lo que ya pasaba en casa. La diferencia era que las madres utilizaban la vergüenza ajena: ¿Qué va a pensar la gente de mí si te ven con esos zapatos sucios?
No era un tipo de disciplina férrea, como podría pensarse, sino continua. De allí su efectividad. Terminabas calcilustrado y camisometido, sólo para evitar la lata. Pero detrás de esos pequeños gestos, que pueden parecer retardatarios, se gestan una cantidad de hábitos personales que facilitan la convivencia en la edad adulta.
Inicialmente, respeto a las normas sociales y capacidad para decidir cumplirlas, así como el desarrollo de habilidades de adaptación a medida que estas normas evolucionan con el tiempo. Más adelante, deferencia con los mayores, que no se trata de obediencia, sino de un mínimo de cortesía. Finalmente, el desarrollo de sentido común, que no es más que la habilidad para entender las consecuencias de nuestras acciones cotidianas y la manera como afectan positiva o negativamente a nuestros semejantes.
¡Dios mío! Cuán puritano me estará quedando esto. Pero bueno, la idea es que me da por pensar que si la gente no usa los baños públicos de forma cortés, no cumple con las normas de circulación, tira basura en la calle, no sabe esperar su turno en una fila, o en definitiva, le importa una mierda sus semejantes; es porque en su formación, alguien no insistió lo suficiente en que se metiera la camisa por dentro del pantalón, limpiara sus zapatos, hiciese su cama, no escupiera en la calle o se sacara los mocos en público, se lavara las manos luego de ir al baño o supiera distinguir cuándo un anciano comienza a comportarse como un niño para otorgarle un tratamiento digno.
Cuando una sociedad necesita plagarse de normas para castigar a los adultos como si fueran niños por faltar a normas de “sentido común y beneficio mutuo” debería buscar sus causas en cosas tan simples, como, digamos por ejemplo, el lustro de los zapatos de los niños. Tal vez salga más barato.
Es que amanecí hipotético hoy.
Cuánta razón Oca! Nada de hipotético: Nuestros modales de adultos vienen siendo el recuerdo residual de lo que aprendimos en los primeros años de vida… y que nos siguieron machacando en la pubertad y longa adolescencia.
Y digo residual porque cuando nos da por jugar a ser rebeldes hacemos todo lo contrario de lo que se espera de nosotros, pero eventualmente la cordura se impone y los «buenos modales» vuelven a la superficie… incluyendo normas elementales de educación ausentes en muchos adolescentes de hoy como el no ir más allá de la sala de una casa donde estás de visita… Hoy día se te instalan en el cuarto, te abren la nevera… y lo único que evita que se acuesten en tu cama es que tengas cara de sargento de caballería.
Pucha digo!
Bueh! ahí nos vemos…
Palas Atenea
Hola Palas.
Lo peor de todo, es que eso termina produciendo sociedades adolescentes carentes de métodos para darse cuenta de que lo son.
Eso incluye, principalmente, el convencimiento de que no son responsables de sus actos y que siempre habrá «alguien» que de la cara por ellos. Socialmente hablando, caldo de cultivo para el populismo y todos sus males.
Besos.