La inmigración se ha convertido en una grave amenaza para España. La inmigración, no los inmigrantes. España sigue un proceso ancestral donde – al alcanzar cierto porcentaje de la población – la inmigración, como concepto social, comienza a resultar incómoda, amenazante y fuente de males mayores. Como en casi todos los países que han pasado por procesos sociales similares, gobierno y sociedad olvidan que en la inmigración no sólo toman parte activa los inmigrante que buscan mejores oportunidades, sino también los habitantes de los países y culturas receptoras.
La integración de un inmigrante dentro de la sociedad receptora no es un hecho espontáneo, como tampoco lo es la aceptación por parte de los nacionales de un extraño que viene aquí con otros valores y costumbres, y que esencialmente se proyecta como una problema. Hablando en plata: si el proceso no se gestiona, los inmigrantes tendrán dentro de su mapa mental que los españoles no quieren que se integren, mientras que éstos pensarán que son ellos los que no se quieren integrar.
Históricamente, este «descuido» gubernamental transforma lo que inicialmente es ignorancia por un lado y miedo por el otro, en racismo, xenofobia y finalmente violencia.
Los gobiernos creen que gestionar la inmigración significa dotarse de un marco legal apropiado y eso, aunque necesario, no es suficiente. Cuando las cosas se van de las manos, no hay diferencia entre un inmigrante legal y uno que no lo es.
Hablo de institucionalizar lo que cualquier ciudadano normal y corriente haría ante la eventualidad de recibir a un extraño en su casa, pongamos que, alquilándole una habitación. Es algo por lo que he pasado muchas veces: Se dejan las cosas bien claras. Se cuentan las condiciones, las reglas, el uso del baño, de la cocina, la hora máxima de llegada y el tipo de comportamiento esperado. Y uno pregunta, si puede traer amigos a la habitación o si le molesta que ponga música.
Se que puede sonar absurda la comparación, pero la mayoría de los inmigrantes que vienen a España desconocen sus deberes y derechos. No han pagado jamás impuestos en sus países de origen y no pueden formarse un idea de cómo contribuyen en la construcción de la sociedad de acogida. Asimismo, los españoles desconocen los beneficios de la inmigración y la necesidad de canalizar de forma constructiva lo que simplemente es una realidad. Un ejercicio de empatía para entender que uno, en situación similar a la de ellos, haría probablemente lo mismo: Emigrar.
Ver también: Reciprocidad Retroactiva