Tal vez el mismo mecanismo que evita que podamos imaginar a nuestros padres haciendo el amor, es el que actúa a la hora de inhibir en nuestra mente el supuesto que nos hace a todos iguales: el que los demás también hacen caca.
Creo igualmente, que este mecanismo hace pensar a ciertas personas que tampoco hacen caca y que eso les da un halo de superioridad con respecto a los demás. Parece ser un elemento bastante incrustado en nuestro cerebro, porque, claro, si no estuviese activado, algunas formas de organización social no serían posibles, sobre todo aquellas basadas en el respeto o en el temor.
La señora que me dio la catequesis muchos años ha, era analfabeta pero podía hacer su trabajo porque se sabía todas las oraciones y el catecismo de memoria. Dentro de su mitología católica llegó un día a soltarnos que los curas no hacían pupú. A ninguno de los presentes en el salón se le ocurrió rebatir semejante afirmación, total, si hacíamos o no la primera comunión dependía de ella. Sin embargo, cuando intenté preguntarle a la hermana Julia, una monja ecuánime, me respondió que esas cosas no se preguntan. En ese momento pude ver en acción por primera vez la inhibición de la proyección defecatoria.
Existen otros estímulos que se ven igualmente protegidos de este factor. Por ejemplo, la percepción de la belleza, la sensualidad y el glamur o también la veneración, la admiración o el respeto y, en general, cualquier sistema de organización social jerárquica. Es difícil imaginar a Marilyn Monroe cagando y no me digan de algún venerable Papa en la disyuntiva de un apretón.
La mayoría de las personas evita poner de manifiesto cuando va a defecar y también poner en evidencia a los demás. Es un acuerdo tácito. Incluso en aquellos casos en los cuales es inevitable toparse con otros en la misma situación, como en los baños colectivos de los centros de trabajo donde la gente baja la mirada y no se saluda; mucho menos si se topan con los jefes, que tampoco se sienten muy cómodos mostrándose vulnerables.
Es curioso que dicho fenómeno no pase con hacer pipí, que tiene más aceptación social. Sin embargo, después de mucho reflexionar he llegado a concluir que, en contra de lo que mucha gente cree, no es la Ley ante la que todos somos iguales, sino ante el váter. Es imposible sobornar a un inodoro.