Qué enorme daño han hecho las hojas de cálculo a la capacidad mental de los humanos. Lo que comenzó como un momento eureka en un aula de Harvard y fue imaginado con la intención de facilitar algunos cálculos numéricos, se ha convertido en una farragosa herramienta que lo mismo sirve para albergar los gastos de una inofensiva clínica veterinaria que para inventariar los objetivos de ataque de algún ejército imperial.
Sin embargo, es en el ámbito empresarial donde las cosas han llegado a extremos. La hoja de cálculo es, con diferencia, la pieza de software más utilizada en empresas de todo el mundo y a la vez la más paradójica: su uso indiscriminado ha llegado a convertir en intensamente manuales muchas tareas que por su propia naturaleza eran dóciles a la automatización. Horroroso. Casi cualquier aspecto de la gestión ha sido excelizado.
Hojas van, hojas vienen, se fusionan, se copian, se pegan, se pierden, y cuando la diversión está a punto de tocar límite, entonces se hace una tabla dinámica para verlo todo más claro. Esta aproximación es tan naturalmente ubicua en la forma de pensar del empleado moderno, que no se duda: Si no sabes por dónde empezar… hazte una excel, así al menos aparentas estar ocupado.
El problema es que abordar todo análisis desde la perspectiva matricial aboca al cerebro a malas costumbres, incluso peores que la aproximación de la lista simple, la más primitiva forma de imaginarnos las variables que intervienen en nuestra realidad. Somos dados a listar y ordenar, a priorizar y para la mayoría de las pequeñas decisiones es suficiente. Pero lo que realmente nos hace distintos es la capacidad de imaginar más allá de relaciones de pares de variables como las que encontramos en una matriz. Y no me refiero al tratamiento de números, que las hojas de cálculo modernas van exiguas de ellos, sino de texto, del mucho texto enjaulado en celdas que hoy agobia la sinapsis neuronal.
Quisiera saber qué ha pasando para que aquello que aprendimos de pequeños cayera en desuso. Qué fue de los árboles con sus ramas que nos jerarquizaban las ideas, de aquellos esquemas espumosos que nos ayudaban a resumir, de los simples cuadrantes y los recurridos mapas. En fin, toda la panoplia de recursos que nos inventamos para asistirnos en el acto de pensar y, sobre todo, para los que no necesitábamos más que lápiz y papel. Únicas herramientas para realizar esa mágica conexión en la que los músculos de la mano acompasaban a una velocidad adecuada el ritmo del pensamiento.
Haced la prueba. Si no hay cifras, dejad a la hoja de cálculo a un lado y coged lápiz y papel. Al principio os verán raro, os preguntarán como se usan y hasta se burlarán, pero insistid y veréis la diferencia.
No es nostalgia, es pragmatismo ecológico. Se gasta muchísima energía para mantener el cerebro apenas encendido; es un desperdicio no sacarle rendimiento.