La perfección ha vuelto

Hace muchos años —y perdón por la autocita— escribí una nota sobre una curiosa característica de los avisos de búsqueda de pareja en la sección de clasificados de los periódicos. En aquéllos, la gente siempre figuraba tan perfecta que daba grima. Como si fueran incapaces de echarse pedos. Pensaba inicialmente que era una anomalía, pero realmente no era más que el reflejo del cortejo humano, es decir, el acuerdo tácito de mostrar sólo lo mejor de ti y dejar que la dopamina haga el resto.

En una proyección de esta idea, pensé que resultaba un poco falso y nocivo que buscásemos la perfección siempre como patrón de nuestras relaciones. Es decir, buscar en las vidas ajenas el amor ideal, el padre perfecto, el docente perfecto, el empresario modelo, el artista integro, el político incorruptible, el amigo fiel, y un largo etcétera; cuando en realidad, los seres humanos somos esencialmente incompletos, complejos y muy lejos de cualquier patrón de perfección personal que la sociedad (o cada uno en su fuero interno) se haya construido a lo largo de la historia. Y uso aquí patrón como un estado tipo que la gente busca no sólo en su pareja o amigos, sino en cualquier otro ser humano con el que se vea en la necesidad de relacionarse. El típico manojo de expectativas que pensamos que nos harán feliz.

Por eso, cuando surgieron los programas de telerrealidad concluí que por muy extremos y reprochables que pudiera parecer, se acercaban un poco más a cómo era el ser humano, porque lo mostraba en todas sus facetas. Todo aquello resultó igualmente nocivo, porque simplemente se había ido al otro extremo, era una realidad manipulada para potenciar lo peor de nosotros mismos en aras del espectáculo. Hay muchas vidas miserables, pero no es algo con lo que mucha gente se sienta a gusto, a lo que aspire ser. Aquello era diferente a los avisos clasificados, era simplemente el bote de la basura de unas cuantas vidas privadas.

El añejo aviso clasificado tenía el poder de la concreción. Al pagarse por palabras, contaba prácticamente nada de la vida privada. La cola del pavo real era la imaginación y la necesidad particular del lector y todo estaba prácticamente ceñido a las relaciones sentimentales.

Sin embargo, en un nuevo giro de nuestras curiosidades como especie, la perfección ha vuelto. Esta vez a través de multitud de personas, gente normal y corriente, que, en un alarde de democratización de la perfección, la expone en las redes sociales a cambio de que desdichados como nosotros recibamos pasivamente publicidad. La mayoría de los reclamos son los de una supuesta privacidad perfecta, una cercana, que piensa como nosotros, que nos permite escuchar lo que buscamos, vernos reflejados o que funge simplemente como una aspiración, como esa vida perfecta que algunos tienen y la gran mayoría no, pero que en el fondo es simple ficción. La perfección es un tipo de ficción que no vende bien en otros formatos, como por ejemplo en la literatura o en el cine, pero que en las redes sociales encuentra su nirvana.

La ficción ha demostrado su utilidad como catalizador de la evolución. Somos adictos a ella y la propensión a su consumo la llevamos en los genes. No digo nada original aquí. Pero es posible que no hayamos experimentado antes su democratización, es decir, el efecto masivo de tanta gente a la vez ejerciendo su derecho de construir una ficción de perfección personal a través de las redes sociales e implorando —literalmente— a los demás que le sigan y que les deje saber si su perfección les gusta. Como escenario imperceptible permítaseme añadir una perversión: un algoritmo silencioso que elabora sin piedad y a cada segundo un ranking de perfección.

Tengo dudas de si seremos capaces de soportar el nivel de escalado al que esto está llegando. Si podremos siquiera soportar lo miserable que pueden resultar nuestras vidas en comparación con la perfección que se consume en las redes sociales. Si la gente terminará por aburrirse como hizo de la telerrealidad o si la propia fatiga de los protagonistas (fatiga por perfección) acabará por colapsar el mercado o simplemente la sobreoferta generará tantas perfecciones mediocres que genere la crisis y todo haga plof.

Entretanto y como siempre, unos pocos se están haciendo de oro (hoy estoy que me salgo con los lugares comunes) especulando fuertemente con los futuros de nuestra adicción en auge por la gente perfecta.

Observaciones pandémicas

Con toda la experiencia acumulada como especie en esto de las pandemias, presiento que hemos experimentado cierto retroceso estratégico sobre cómo lidiar con ellas. Por otra parte, nada raro en nuestra especie (lo del retroceso, quiero decir).

Algunas curiosidades:

Desde una posición un tanto pretenciosa, la mayoría de los estados han optado por convivir con el virus y, en general, se han asumido las muertes como números de costumbre. Mas o menos como se asumen las de accidentes de tráfico: despersonalizándolas estadísticamente. Algunos estados, excepciones realmente, han optado por actuar a la vieja usanza y eliminar tajantemente las opciones de propagación. El equivalente moderno de aquel “huir al campo” durante las epidemias de cólera o viruela que practicaban las familias pudientes en los siglos pasados. Hay ejemplos de este efectivo método ancestral tanto en sistemas de partido único, como China, como Democracias a lo Westminster, como Nueva Zelanda.

Por otro lado, ha resultado igualmente lamentable confirmar lo que muchos anticipaban cual profetas del desastre: Los sistemas educativos de las democracias occidentales (de los únicos que puedo hablar con humilde propiedad) se ha convertido en una máquina de esfumar recursos económicos y evitar que la gente lo utilice para aumentar sus posibilidades de ser feliz. Pistas: Al parecer, la gran mayoría de la población es incapaz de distinguir entre una progresión logarítmica y una lineal. En este orden de ideas, se tiene la sospecha de que, más allá de la media aritmética, el ciudadano tipo le cuesta imaginar cosas como la desviación estándar o la moda. Adicionalmente, no resulta arriesgado pensar que todas las horas de física y química por las que han pasado algo así como las tres cuartas partes de la población no han servido para grabar a fuego en la conciencia el cómo funciona la ciencia y lo que puede hacerse o no. Algo no está bien en la forma en la que se enseñan estas materias. Déficit de pasión, acaso. Aquí, no hace falta incidir en la triste hilaridad de bulos varios.

Políticamente hablando, se han visto surgir ciertas reivindicaciones que dejan muy lejos aquellas de las pasadas revoluciones sociales. Entre otras, creo entender que destaca con fuerza la promoción de un derecho fundamental que garantice y proteja la diversión (al mismo nivel que el derecho a la vida).

Finalmente, en términos generales, da cierta urticaria imaginar que, tal vez, tantos años de paz, de ausencia de calamidades (las realmente jodidas) en occidente, hayan borrado de la cosmovisión colectiva el hecho tácito de que, la mayoría de las veces la vida es incómoda y dura para todos. Y que si estamos aquí como especie es porque hemos sido capaces de asimilar, sin quejarnos mucho, situaciones extremas que alteran la convivencia.

Es para hacérnoslo ver.

Mucha mierda Demo-2


Bob Behnken y Doug Hurley a bordo de la SpaceX Crew Dragon

Suerte la que tenían los espaciotrastornados del siglo pasado. Cada dos por tres asistían al estreno de nuevas naves tripuladas: Mercury, Gemini, Apollo, Soyuz, Space Shuttle… Los de mi generación a duras penas vivimos las aventuras y desventuras de éste último; y desde entonces, cada día sumábamos menos esperanzas de volver a ver a NASA llevar a humanos a la órbita terrestre con medios propios. No es que la Soyuz no sea venerable, que lo es, y mucho, pero la competencia siempre es buena.

Le he dicho a mis hijas que más o menos a su edad pude ver por la tele, con mucha expectación, el primer lanzamiento del Columbia, y que la emoción que tengo ahora, con el estreno de la SpaceX Crew Dragon, es la misma. Una emoción infantil de neuronas espejo, en la que veo a dos experimentados astronautas (ambos tienen dos misiones previas en el Space Shuttle) arriesgarse a estrenar una nave con la convicción de que el show debe continuar.

Entre los cientos de telegramas que recibió la tripulación del Apollo 8, la primera en orbitar la Luna, hubo uno que hacía referencia a la excepcionalidad de una buena noticia entre lo convulso y triste que fue aquel año para la sociedad estadounidense. El remitente decía: Gracias Chicos, habéis salvado 1968. A este 2020 (además de una vacuna) le hace falta una muy buena noticia para no irnos de vacío. Esta puede ser una buena oportunidad.

Lo dicho. Mucha-Mucha mierda tripulación de la Demo-2 y espero que le pongáis un nombre muy bonito a la nave.

Actualización: el tiempo manda. Así que otro intento el sábado. Es lo tiene la ventana instantánea. Lo bueno es que se ha practicado una cancelación de despegue real.

Actualización 2: luego de un lanzamiento impecable, dos dias después de lo previsto me ha encantado escuchar la transmisión en la que habéis anunciado el nombre de la nave: Endeavour. Simplemente precioso. Un acierto, por el recuerdo al entrañable último transbordador, sustituto del Challenger, y que además puso fin a las misiones tripuladas hace nueve años y por todo lo que evoca la palabra. La sensación de que el show continúa.